Johann Daniel Preissler: El Genio Que No Necesitó de Correctismo Político

Johann Daniel Preissler: El Genio Que No Necesitó de Correctismo Político

Johann Daniel Preissler fue un pintor baroque alemán del siglo XVIII en Núremberg que marcó una era al enfocarse en el arte clásico y la educación ortodoxa.

Vince Vanguard

Vince Vanguard

Johann Daniel Preissler es como ese amigo que todos necesitan en una fiesta donde la conversación va hacia la nada misma. Nació en 1666 en Núremberg, Alemania, y ya desde pequeño traía el talento en la sangre, cortesía de una familia de artistas. En el siglo XVIII, en una Europa donde aún se valoraban la excelencia artística y la disciplina, Preissler se consolidó como un pintor destacado del barroco. Imagine un mundo donde el arte no está obsesionado con chocar con los valores tradicionales, sino que busca embellecerlos. Así era su arte: clásico, imponente y sin pedir disculpas.

Formado en la Academia de Arte en Praga, Preissler no se alejó del rigor académico que tanto irritaría a los artífices del arte "moderno". Creía en un tipo de educación que hoy escandalizaría a los progresistas: rigurosa y dictada por los méritos. Pinturas religiosas, retratos y piezas mitológicas fueron su carta de presentación. No buscaba impresionar a curadores con agendas revolucionarias, sino a un público que aún apreciaba la belleza objetiva, inmortalizada en el lienzo.

Durante sus años como director de la Academia de Arte en Núremberg, Preissler se dedicó a educar a la siguiente generación de artistas con un enfoque que sería etiquetado de "reaccionario" hoy en día. En un mundo que corre hacia nuevas corrientes, Preissler afirmaba que los principios eternos del arte no deberían ser sacrificados en el altar del progreso errático. Quizás por ello, sus students emergieron como artesanos con una técnica depurada y una visión clara, algo que está en vía de extinción bajo el paraguas de la educación "inclusiva" del siglo XXI.

Sus obras, principalmente retratos y pinturas de temática religiosa, resonaban en la Alemania de entonces y se mantuvieron como ejemplos preclaros de lo que el talento disciplinado puede lograr. En ellas uno ve no solo el oficio técnico, sino una filosofía de vida que no teme ser trascendente. La cuestión es sencilla: Preissler no estaba en el negocio para escandalizar o provocar; él estaba allí para crear legado, y vaya si lo hizo.

Preissler fue también un prolífico grabador. No que esto sorprenda mucho, considerando su background familiar en la artesanía. Las técnicas de grabado que desarrolló y enseñó siguen siendo un ejemplo a emular para aquellos que toman el oficio en serio. El artesano de Preissler parecía estar empapado en cada línea y sombra que creaba, desafiando la banalidad de las expresiones fáciles y la satisfacción instantánea que parece contaminar la esfera artística contemporánea.

Otro de sus legados, menos mencionado, es su contribución a la arquitectura del conocimiento - un concepto que marcó pautas en los círculos académicos de su tiempo. Preissler fue un firme defensor de que el arte, como manifestación de la cultura, debía estar basado en el conocimiento profundo de la historia y la filosofía clásicas. Para quienes claman por una educación que no siga ciegamente tendencias absurdas, sus escritos y enseñanzas son una verdadera hoja de ruta.

Curiosamente, hoy en día no se habla tanto de Preissler como se debería. Tal vez porque las aguas artísticas del siglo XXI prefieren enaltecer lo transgresor y, admitámoslo, muchas veces vacío. Olvidan que en el arte, como en la vida misma, lo clásico no pasa de moda: ennoblece, sublima y, sobre todo, perdura.

El caso de Preissler es un recordatorio de que el arte no exige siempre una revolución; a veces pide un regreso a casa, a sus valores inalterables. No fue parte de una vanguardia ruidosa, pero su legado es más poderoso precisamente por eso. Entonces, ¿por qué no recuperar lo noble, lo bello y lo correcto en un mundo donde cada vez se aprecia menos lo eterno?