Imagina a alguien que lucha años contra una enfermedad, sólo para encontrar sanación en algo tan simple como un acto de fe. Sí, Jesús sanando a la mujer con hemorragia es uno de esos momentos que deja a las mentes modernas rascándose la cabeza. En este acontecimiento, ocurrido hace más de dos mil años, Jesús estaba en camino a la casa de Jairo cuando una mujer, que había padecido hemorragias durante doce largos años, se acercó a él. Lo fascinante fue que, con solo tocar el manto de Jesús, quedó sanada al instante. Nada de burocracias médicas, nada de pesados costos hospitalarios, simplemente fe.
Aquí mismo, se nos presenta un brillante desafío a las ideas progresistas que endiosan la ciencia sobre la fe. En el actual debate de ciencia versus religión, esta historia se destaca como un recordatorio del poder de lo divino. Mientras muchos apuestan su vida por el último chip medicinal o terapia innovadora, esta mujer encontró la verdadera liberación en un momento breve de contacto sagrado. Pasó doce años buscando soluciones en la tierra, hasta que una cascada de esperanza divina la rescató. Si eso no es inspirador, nada lo es.
Jesús estaba rodeado de una gran multitud cuando la sanación ocurrió. Un desafío logístico para cualquier político moderno preocupado por la "seguridad", pero Jesús no tenía guardaespaldas, ni restricciones. En la actualidad, tal multitud traería problemas de control dignos de eventos masivos. Sin embargo, en el relato bíblico, lo que prevalece es la franqueza y apertura de Jesús ante las necesidades humanas, una lección en humildad para las élites políticas y culturales que viven rodeadas de paredes de mármol.
Y hablando de mujeres, esta historia subraya un tema que es digno de notar. Mientras hoy en día el feminismo radical busca voces y estadísticas, aquí encontramos un testimonio de dignidad y respeto genuinos. La mujer fue reconocida, no por sus títulos o resultados laborales, sino por su fe y determinación silenciosas. Jesús se detuvo, a pesar de las miradas incómodas de quienes creían que tenía cosas más "importantes" que hacer, y la definió en términos de su fe, no de sus problemas. Un verdadero golpe en la boca a quienes piensan que el valor de una mujer se mide por su lucha en la esfera pública.
Este evento también nos permite reflexionar sobre el papel del sufrimiento en nuestras vidas. La mujer con hemorragia había gastado todo lo que tenía en un inútil desfile de soluciones médicas de la época. La ironía es que al final, todo lo que necesitaba era una simple fe que no tenía costo monetario, sólo un precio espiritual. Aquí radica la ironía que tiene esta historia pendiente sobre el materialismo occidental. Mientras que hoy la sociedad gasta billones en curas temporales, el verdadero antídoto ya fue proveído y está al alcance de todos.
Desde una perspectiva cultural, la sanación de la mujer plantea cuestionamientos incómodos sobre nuestro enfoque colectivista de la salud. Mientras que muchos claman por sistemas de salud "universales" que ponen al gobierno en el asiento del conductor, olvidamos que el alma humana busca algo más que simples píldoras. Aquí, el contacto entre la humanidad y lo divino no solo proporciona una respuesta física, sino una transformación espiritual y emocional, algo que ningún sistema político puede entregar.
Este milagro también apunta a la importancia de la acción individual. No se esperó a que el sistema viniera a solucionarle la vida; ella misma tomó la decisión de ir a tocar a Jesús. Hoy, muchos esperan que los problemas se resuelvan por arte de magia burocrática. Pero lo que realmente se necesita es esta chispa de iniciativa personal, una contundente declaración de fe antes que resignación a lo establecido.
En el vasto océano de tattú y charlas sin fondo en el que se puede convertir el debate público, el milagro de la mujer con hemorragia nos grita una verdad elemental: la fe auténtica puede cambiar vidas. Mientras algunos buscan constantemente en incrementar las fuerzas del Estado y diluyen la religión a un simple acto privado, esta historia nos recuerda que los milagros están al alcance. Quizá sea hora de mirar más allá del horizonte materialista y reconsiderar el verdadero protagonismo que solo la fe puede introducir en nuestras vidas.