El encanto de las energías renovables ha envuelto al mundo, pero en muchos casos, se nos escapa la verdad que se esconde tras la fachada verde. IslaSol I es uno de esos proyectos que ha captado la atención como la primera planta solar a gran escala de Panay, en las Filipinas. Este desarrollo es una especie de fantasía exuberante para los ambientalistas, pero si rascamos un poco la superficie, la realidad puede ser otra.
Para empezar, IslaSol I presume una capacidad de 18 megavatios, alimentando a miles de hogares y reduciendo las emisiones de carbono. Lo que suena magnificente en teoría, en la práctica genera inconvenientes más allá de la placa solar. La cantidad de tierra necesaria para plantas solares a gran escala es vastísima. Aunque Panay puede tener el espacio, la cuestión siempre debe ser: ¿a qué costo?
Las tierras agrícolas y los hábitats naturales rara vez sobreviven al paso avasallador de la industrialización verde. Pero estos detalles se disimulan con narrativas medioambientales salpicadas de buenos intenciones. La biodiversidad sacrifica su existencia por un número en un medidor de carbono que hace feliz a los titulares en los noticieros. Sin embargo, pocos se preguntan por la sostenibilidad económica real detrás de proyectos como IslaSol I.
Los subsidios gubernamentales y las exenciones fiscales son la inyección que mantiene vivas estas instalaciones. Ante la pregunta de si IslaSol I podría sobrevivir en un verdadero mercado libre sin impulsos artificiales, la respuesta es clara y lamentable para aquellos que no agonizan en la atadura del gasto estatal. La dependencia de recursos públicos para sostener estas aventuras muestra que, al final, el peso sobre la economía cae sobre el contribuyente común.
Ah, las falacias de los subsidios. Se presenta como la única forma de encaminar al mundo hacia un futuro más limpio, pero en realidad son como ladrillos que construyen un muro de despilfarro fiscal. No existen milagros energéticos que se financien solos sin impuestos estratosféricos. Las cuentas cuadran cuando el dinero del pueblo cubre las necesidades de unos pocos "visionarios".
La producción de energía solar sufre aún de eficiencia variable. Las fuentes de energía convencionales, esas que la corrección política detesta, siguen superando la producción temporal y aún tienen la capacidad de trabajar bajo condiciones climáticas adversas. La intermitencia de la energía solar es su talón de Aquiles. ¿Y quién paga la factura cuando el sol decide ocultarse tras las nubes o se esconde tras el horizonte? Entramos de nuevo en el terreno de subsidios y energía auxiliar convencional.
Liberales del mundo querrían que uno piense que proyectos como IslaSol I formarán parte del tejido económico sin perjudicar a nadie, pero el costo es una serpiente que muerde la mano que intenta alimentarla. Una infraestructura que no puede mantenerse de pie sin ser apuntalada por el capitalismo de estado es, en sí misma, una prueba del fracaso.
Y qué hay sobre los empleos. La promesa de puestos de trabajo, otra sirena encantadora del canto renovable, a menudo se sobreestima. Las prácticas automatizadas y la necesidad intermitente de mantenimiento hacen que las nóminas no sean tan impresionantes. Comparen esto con los recursos humanos que requieren las centrales eléctricas convencionales, y pronto verán que las alabanzas a los empleos verdes pueden ser una exageración.
Al final del día, IslaSol I no es tanto una solución como un montaje del "qué dirán" energéticamente eficiente. Una pantalla que sólo el tiempo revelará como insostenible bajo el pretexto de salvar al mundo. Si realmente queremos una solución armoniosa, ponemos el ojo en sistemas que no necesitan apoyarse ciegamente en políticas infladas de subvenciones. Quizás alguna vez los cantos de sirena danzarían al ritmo de la verdad, dejando de ser un eco ensordecedor en el laberinto de la burocracia energética.
Así que, al admirar la fortuna y pompa asociados con IslaSol I, pregúntese cuánto está dispuesto a sacrificar por una cuenta de luz que hace que las empresas llenen sus bolsillos mientras el contribuyente se queda sujetando la bolsa rosada de los impuestos. El faro no es tan brillante, ni nos guía a ninguna parte.