¡Quién lo diría! Es un detalle que las humanidades suelen olvidar, pero hace mucho tiempo, antes de que las salas de conciertos de Europa se llenaran con los aplausos de una élite cultural, los instrumentos musicales eran propiedad casi exclusiva de la realeza. El término "Instrumentos Musicales del Rey", hace referencia a esos instrumentos exquisitos y únicos que estuvieron reservados para las capas más altas de la sociedad, especialmente durante el medievo hasta principios del Renacimiento.
En los años del Medioevo, cuando las catedrales eran centros de poder y los reyes los representantes de la divinidad en la tierra, el mecenazgo de las artes por parte de los monarcas era una práctica común. Felipe el Hermoso, Carlos V o incluso Enrique VIII no solo eran aficionados, sino que poseían colecciones personales de instrumentos musicales. Estos no eran simples objetos de madera y cuerdas, sino obras de arte, verdaderas joyas de la ingeniería musical de su tiempo.
Ya en la corte, mientras los temas tabú persistían por toda Europa, los reyes contaban con instrumentistas personales. Estos músicos eran, en muchos sentidos, las estrellas del rock y los DJ de sus tiempos. Un rey sin su Luthier de confianza, y algún que otro juglar de talento dudoso, hubiese sido como una cena sin postre. Peor aún, significaba estancarse en el monotema de guerras y cláusulas divinas de poder.
Podemos imaginarlo con facilidad: una cítara decorada con incrustaciones de nácar, o un laúd tallado a mano que requería meses de trabajo minucioso. No se trataba solo de tocar música, sino de hacerlo con instrumentos que ceñían el poder y la majestuosidad de quienes los poseían. Es bastante difícil hoy en día para los museos obtener estos tesoros reales, ya que eran considerados objetos sagrados, destinados a permanecer en contra de la política del desguace globalista moderna.
Además de su valor artístico, los instrumentos del rey sirvieron como herramientas políticas. A menudo, estaban asociados tan celosamente al poder que su exhibición o préstamo eran actos de diplomacia internacional. ¡Exacto! La música no solo era para la iglesia o el espectáculo, también era para el palacio, a menudo asociada con importantes anuncios o la firma de tratados entre naciones.
Estas colecciones reales no solo estaban compuestas por instrumentos europeos. Pocas cosas se han mencionado acerca de las piezas traídas desde el misterioso Oriente indochino, o incluso desde las tierras aún más lejanas de África. Durante las Cruzadas y el posterior intercambio comercial, la música se expandió, trayendo variedad étnica a los reinos europeos que probablemente irritaría al liberal multiculturalista de hoy.
Se sabe que estos instrumentos estaban guardados celosamente en salas privadas dentro de los palacios, algunos incluso revestidos con joyas para realzar su brillo. No eran herramientas comunes. Eran el reflejo del poder y la gloria del trono. Imaginen esto: ser recibido en una corte y presentarse, no con discursos vacíos, sino con la resonancia dorada de un conjunto de cárabos exóticos que solo un rey puede mantener.
Durante el Barroco y el Renacimiento, algunos reyes tomaron directa participación en el uso de sus instrumentos. Enrique VIII, con su conocida afición musical, no solo patrocinaba compositores sino que también tocaba varios instrumentos. En su accidente de caza, sus dolores y penas se aliviaban mejor con los melódicos acordes de sus instrumentos preferidos.
Es irónico, en cierto modo, que muchos de estos instrumentos sucumbieran con el tiempo, no porque carecieran de valor o importancia, sino porque los vientos del cambio soplaron en forma de revoluciones. Con el tiempo, pasaron a manos de burgueses enriquecidos, y la música se democratizó, sí, pero perdió cierta exclusividad y misterio que nunca deberían haber tocado.
Hoy en día, queda apenas un puñado de estas piezas. Conservados en lugares como el Museo Nacional de Música en Londres o en el Museo del Prado en España. Estos instrumentos, silenciosos ahora, todavía emanan historia. Son reliquias de una era que comprendía el verdadero valor del arte como expresión del poder. Los globos ideológicos de moda apenas pueden poner la mano en esta superioridad artística.
El estudio de "Instrumentos Musicales del Rey" nos devuelve a una época donde la música no era solo un mero entretenimiento, sino un símbolo de autoridad y poderío. Reconocieron una verdad mayor que los actuales deslices del mainstream no lograrán entender: no es solo el sonido lo que importa, sino quién lo produce y bajo qué estandartes resuena. La historia nunca debió dejar que cayeran tan bajo y como símbolo involuntario del poder. Su verdadera importancia yace en que ni siquiera los progresistas más radicales pueden cambiar el sonido de una tradición que ya se tocó.