La idea de "infinitizar" es uno de esos conceptos que pueden hacer a uno detenerse y pensar en el rumbo que está tomando el mundo actual. En su esencia, significa buscar que el presente se extienda de manera indefinida, minimizando controles y límites en pos de una libertad total. Pero ¿es realmente esto lo que necesitamos? Es hora de romper el espejismo.
Primero, hablemos de los avances en tecnología. Aquí es donde la idea de "infinitizar" encuentra su terreno fértil. La innovación constante nos promete un mundo donde casi todo es posible. Mientras algunos aplauden este horizonte sin fin, hay quienes miramos con precaución. ¿De qué nos sirve la tecnología ilimitada si perdemos de vista las cosas que importan realmente? La conectividad constante nos ha vendido la falsa idea de que siempre necesitamos algo más, sin preguntar si ese "más" es realmente beneficioso.
Luego, está la cuestión de los derechos individuales. En un intento de infinitizar las libertades personales, la sociedad moderna ha caído en la trampa de exagerar los derechos a expensas de las responsabilidades. Antes, nuestros abuelos sabían lo que era tener un equilibrio entre deberes y derechos. Hoy, es todo lo contrario. La balanza se ha inclinado tanto hacia los derechos personales que hemos olvidado las consecuencias de no asumir nuestras responsabilidades.
La economía es otro campo donde la cultura de la infinitización ha encontrado su hogar. La búsqueda de ganancias infinitas y el consumo desmedido han llevado a una crisis de valores. La idea de que el crecimiento económico no tiene techo es seductora, pero poco realista. Los mercados no son ilimitados, y esta creencia ha llevado a una serie de burbujas económicas que, tarde o temprano, explotan y dejan cicatrices duraderas.
En la política, la tendencia hacia el exceso viene de ideologías que buscan perpetuar cambios radicales sin importar las consecuencias. Se busca establecer reglas que se expandan sin parar, inundando todos los aspectos de las vidas de las personas. Los límites que mantenían un equilibrio necesario entre el gobierno y el individuo se desdibujan con el intento de universalizar una visión de la "verdadera libertad".
Pasemos al ámbito de la moralidad. El deseo de infinitizar nuestras experiencias personales ha jugado un papel importante en la crisis moral actual. Todo está permitido, nada está fuera de límites. En un mundo donde "todo vale", la decadencia ética se abre paso sin restricciones. Esta mentalidad nos invita a ignorar prácticas y valores que han sostenido civilizaciones por siglos, todo al precio de perseguir el crecimiento ilimitado.
Las instituciones tradicionales también han sido víctimas de esta mentalidad. La familia, como núcleo elemental de la sociedad, está siendo reducida a un simple contrato basado en tiempos de conveniencia. La noción de infinitizar las relaciones personales ha llevado al debilitamiento de los lazos familiares. Cambiamos valores atemporales por modernidades pasajeras, dejando una herencia incierta para futuras generaciones.
Por último, analicemos el impacto ambiental. La idea de infinitizar el desarrollo ha minimizado el respeto por nuestra Tierra. Creer que los recursos naturales son infinitos es simplemente una falsedad. Hemos abusado de ellos bajo la noción de un progreso sin fin. La naturaleza, sin duda, habla por sí sola cuando muestra las señales del agotamiento.
La verdad es que la constante búsqueda por expandir hasta el infinito una visión del mundo que se acomoda al placer instantáneo y los caprichos del momento nos ha dejado en un estado de insatisfacción crónica. Somos capaces de innovaciones sorprendentes, sí, pero queda claro que sin límites y dirección, la infinitización solo trae caos. Es básico que, en la búsqueda de lo infinito, no perdamos lo esencial.
Despertemos de esta ilusión en que la modernidad parece envolvernos. En lugar de seguir una tendencia de infinitizar todas las facetas de la vida, deberíamos recordar que los límites pueden ser la verdadera clave para vivir de manera significativa. Poner freno no es una admisión de incapacidad; es la declaración consciente de las prioridades que realmente importan.