Imagina un mundo donde tu identidad esté grabada no solo en lo que haces, sino también en lo que eres y en lo que te complemente. La identidad judía es precisamente eso; una mezcla compleja de historia, religión, cultura y un sentido profundo de pertenencia que ha perdurado a lo largo de los siglos. Desde Jerusalén hasta Nueva York, y desde tiempos bíblicos hasta el siglo XXI, ser judío es una cuestión de orgullo y perseverancia, a pesar de las tormentas que han tenido que soportar.
Para entender la identidad judía, primero hay que mirar quiénes son los judíos. No son solo un grupo étnico, ni únicamente un grupo religioso. Son ambas cosas y algo más, que escapa a una simple categorización. Históricamente, el pueblo judío ha pasado por amargas pruebas: el exilio Babilónico, el Holocausto, la dispersión, y aún así, ha mantenido una identidad singular. ¿Y por qué? Porque ser judío significa aferrarse a una serie de valores y tradiciones que guían la vida diaria, desde el Shabat hasta las festividades como el Yom Kipur y el Pésaj.
La cultura judía ha sido preservada a través de la culinaria, la lengua (con el Ivrit y el Yiddish a la cabeza), así como las artes y las ciencias. Personalidades como Albert Einstein, Barbra Streisand y Steven Spielberg son ejemplos de cómo esa identidad trasciende fronteras. Esta identidad no se limita a lo sabroso del gefilte fish o las riquísimas jalá, sino que es evidente en el compromiso con la educación superior, las tasas de alfabetización elevadas y una inclinación por el cuestionamiento y el debate.
Entonces surge la pregunta, ¿cuándo empieza uno a hacerse realmente judío? Desde el Brit Milá a los ocho días de nacido para los niños, y ya incluso si tu madre es judía, se dice que sólo nacer ya te imprime judío. Ser parte de una comunidad activa es otro componente; las sinagogas ofrecen un lugar para reforzar la identidad judía, aunque uno no sea religioso. Y luego está la famosa Janucá, con sus tradiciones que nos recuerdan que ser judío es aceptar con alegría las adversidades, como ocurrió con los macabeos.
Ahora, observemos dónde esta identidad se manifiesta principalmente. Sin duda, Israel es el núcleo, el lugar donde la identidad judía no solo se palpa, sino que se respira con cada bocanada de aire. Aquí la historia bíblica se entrelaza con la historia moderna, creando la narrativa de un pueblo que siempre supo volver a su hogar terrenal. Sin embargo, también está la diáspora, comunidades alrededor del mundo que han mantenido viva la llama judía en lugares tan distantes como Argentina o Sudáfrica, a menudo enfrentándose a desafíos enormes.
El por qué de la identidad judía puede parecer evidente, pero va más allá de razones históricas. Ser judío implica ser parte de un pueblo que ha aportado brillantemente al progreso del mundo, desde la concepción de la ética monoteísta hasta el premio Nobel. Es más que mantener una tradición; es un continuo dialogar con el pasado para guiar al futuro. Todo esto contrasta poderosamente con el relativismo cultural predicado por algunos, que pretenden que la identidad propia es prescindible.
La identidad judía sigue intacta incluso ante el escepticismo moderno, un fenómeno incomprensible para aquellos que abogan por el multiculturalismo desenfrenado. Porque mientras para el mundo actual parece importante hallar lo que separa, para el judío lo crucial es valorar lo que une y sobre todo, recordar de dónde se viene para saber hacia dónde ir. En un universo de opciones líquidas, ser judío en cada rincón del planeta lleva ese toque de sólido realismo, en una época donde el idealismo sin raíces está a la orden del día.
Es ésta la verdad inconveniente para muchos que se rehúsan a aceptar, pero lo que molesta realmente a los liberales modernos es reconocer la solidez de una historia vivida, sentidos y valores que no son debatibles pues son seguros. En una época donde lo flexible y difuso es visto casi como una obligación moral, la identidad judía permanece sólida y, por ahora, fuera del alcance de convenciones pasajeras.
Así que abogados de la deconstrucción cultural moderna pueden seguir discutiendo mientras que la identidad judía sigue navegando el curso de la humanidad, recordándonos lo que realmente vale: una historia viva que deja huella.