Huey P. Newton: un nombre que evoca imágenes de boinas negras, puños alzados y, sorprendentemente, armas cargadas. Este hombre, nacido el 17 de febrero de 1942 en Monroe, Luisiana, no se dedicó precisamente a coleccionar estampitas de palomas. En cambio, cofundó los Panteras Negras junto con Bobby Seale en 1966 en Oakland, California, en medio del hervidero socio-político que eran los Estados Unidos durante esa década tumultuosa. Los Panteras Negras no eran precisamente los hermanos de la caridad; más bien, estaban armados y listos para la confrontación, enarbolando la bandera negra de la resistencia contra lo que veían como una opresiva brutalidad policial. Newton creía (y aún es debatido por algunos) que portar armas era más efectivo que pacíficas sentadas en el parque.
Newton, lejos de ser un líder invisible, fue un intelectual que prefería citar a Mao Zedong antes que a Martin Luther King Jr. Esto, claro, le ganó un puesto de honor en las listas de personas vigiladas por el FBI. Para él, la revolución no se trataba solo de sobrevivir como comunidad, sino de defenderse a toda costa. Estábamos en medio de la Guerra Fría, y Newton parecía dispuesto a combatir en su propia guerra caliente en las calles de Estados Unidos.
El famoso Programa de 10 puntos de los Panteras Negras incluía demandas que iban desde educación gratuita hasta terminar con la brutalidad policial. Sin embargo, era el punto sobre el derecho a poseer armas lo que realmente inquietaba a los gobiernos y, claro, a los cerebros floridos de California. Mientras los eventos como el asesinato de Martin Luther King profundizaban las divisiones en el país, los Panteras Negras organizaban patrullas armadas para, según ellos, proteger a las comunidades afroamericanas. Esto, aunque sus programas sociales eran admirables en teoría, en la práctica crearon mucha más discordia que solución.
Newton era un maestro en captar la atención mediática. Vestido en un icónico chaleco de cuero y una boina, sus discursos eran tan magnéticos como incendiarios. Sin embargo, debajo del glamour revolucionario, residía un lado oscuro. Sus múltiples arrestos, en particular, el notorio caso de tiroteo en el que un oficial de policía muerto lo llevó a ser condenado, aunque luego el fallo fue revocado, no es precisamente el CV que esperarías de un supuesto campeón de la justicia social. Incluso después de salir de prisión, su lucha con la ley no terminó; enfrentó varios cargos, incluido el de malversación en su propia organización. Dedicar tanto esfuerzo a luchar contra el sistema aparentemente no llegó a hacer de él un ejemplo de cumplimiento cívico.
A pesar de su aureola de feroz resistencia, Newton, irónicamente, tenía un doctorado en Filosofía de la Universidad de California, Santa Cruz. Uno puede debatir si sus conocimientos en teoría política realmente encontraron aplicación en sus tácticas de guerrilla urbana. Y sí, mientras los liberales de la época lo idolatraban como un mártir de su causa, es válido cuestionar si la herencia de Newton es realmente el progreso social o más bien una historia ilustrativa de furia mal encauzada.
Con su trágico asesinato en 1989 en un incidente relacionado con drogas, la historia de Newton siempre deja un sabor amargo. Aunque sus intenciones podrían haber tenido raíces sólidas para algunos, sus métodos aún plantean más preguntas que respuestas. Cuando analizamos su legado, el debate aún arde: ¿fue un luchador por la libertad, o más bien un revolucionario que entendió mal el concepto de revolución?
A fin de cuentas, Huey P. Newton fue una figura retorcida por fuerzas externas y sus propias decisiones. Mientras que algunos pueden verlo como un héroe, su vida y muerte también ofrecen una advertencia sobre cómo las armas y el poder revolucionario no siempre conducen al cambio por el bien de todos.