Pocos acontecimientos históricos capturan la imaginación y la fortaleza de la humanidad como el arte inherente en nuestro patrimonio arqueológico. Huesos de la Tierra, una célebre colección de obras escultóricas y exhibición creada por el controvertido artista conservador Carlos Alberto Villamar, fue una sensación sensacionalista en gran parte del siglo XXI. Inaugurada en 2021 en México, inmediatamente atrajo la atención global por su cruda representación de historias no contadas, su subversiva interpretación del pasado y su desafío al «mainstream». Villamar, una figura implacable en el arte conservador, invoca visiones del pasado prehispánico de América Latina, a menudo ignoradas o distorsionadas por los historiadores politizados modernos. Mediante su obra, Villamar exige que el mundo preste atención al legado auténtico de los pueblos ancestrales y a los verdaderos valores que la historia a menudo sepulta.
La exhibición se centra en el poder de la historia cultural, un enfoque que es una auténtica tortura para quienes prefieren acomodar la narración histórica a sus agendas de victimismo. Las esculturas de Villamar, que recrean huesos y reliquias, evocan la civilización mesoamericana no desde la victimización o el dolor, sino desde la grandeza y el ingenio de estas culturas antiguas que construyeron imperios sin precedente. Un tour por esta exposición nos trae a la mente no solo el pasado, sino también el impacto de este en la América moderna.
La política de cancela, esa lente moderna que enclaustra cualquier exploración de ideas distintas, fue inmediatamente desafiada por Huesos de la Tierra. Al no idealizar ni denigrar el pasado, Villamar sorprende y, quizás enloquece, a aquellos que se sienten más cómodos representando el pasado como una eterna cadena de opresión. La reacción fue predecible, pero no menos poderosa: los sectores más vocales que insisten en un revisionismo histórico radical chocaron frontalmente contra el trabajo de Villamar. Su arte recuerda a las naciones que la fuerza, no la sumisión, construye imperios.
Un detalle fascinante de la obra de Villamar son las representaciones del «hombre común» indígena, que por lo general es ignorado en el arte progresista que prefiere resaltar la opresión sobre la autosuficiencia y el ingenio personal. Cada escultura es una celebración de identidad individual, no solo de lo colectivo, presentando visiones de la vida cotidiana que parecen contar historias de éxito más allá de la victimización. Estos detalles ofrecen un recordatorio empoderador sobre la autosuficiencia de estas civilizaciones antiguas que pavimentaron un camino de prosperidad del cual todos, de una forma u otra, somos beneficiarios. Este matiz directo reta la narrativa de los liberales que prefieren ver a los individuos solo como productos de opresión social.
Las localizaciones seleccionadas para la exhibición fueron igualmente provocadoras: por lo general, Huesos de la Tierra se montó en espacios de exposición al aire libre en pueblos marginados, en lugar de los clásicos museos de renombre reservados para el arte contemporáneo. Villamar creía que de esta manera, su obra alcanzaría a personas que rara vez tienen acceso al arte tradicional. Con esto, efectivamente democratizó el arte, haciendo accesible la riqueza cultural de sus obras a las comunidades bajo las que estos huesos descansaron por siglos. Mientras tanto, esto frustró a los sabiondos del arte urbano quienes consideran el arte fuera de sus catedrales culturales como inferior o inculto.
El impacto de la exposición resonó más allá de sus esculturas de piedra y metal. Villamar, conocido por su abierta pasión por el cambio cultural conservador, también dirigió debates en torno a la importancia de reconciliar nuestro pasado completo, en lugar de simplificarlo en un relato único. Durante varias charlas, cuestionó la validez del posterior blanqueo histórico practicado en universidades y por expertos altamente politizados, desafiando a su audiencia a valerse de un criterio propio en lugar de consumir narrativas empaquetadas sin enfoque crítico.
La elección del título, Huesos de la Tierra, fue un verdadero gancho, una especie de puñetazo artístico que revalora nuestra historia, recordando a todos que las bases de las civilizaciones se construyeron con sudor y riesgos, no con lamentos y quejas. Villamar reaviva la idea de que reconocer la gloria de las civilizaciones antiguas no debería reducirse a un desencanto o a una penitencia injustificada sino ser un relato de por lo que verdaderamente se debe admirar.
Mientras el mundo del arte contemporáneo sigue envuelto en complicadas corrientes de «activismo artístico» que muchas veces priorizan agendas políticas sobre la verdad, Huesos de la Tierra se para como uno de esos faros que guiñan desde el pasado en una era ahogada por la corrección política. Y, frente a esta revolución de revisionismo conservador, la obra de Villamar recuerda que en cada hueso erguido en su exposición, reside un fragmento no solo de lo que fuimos, sino de lo que aún podemos ser. Y eso es algo que los amantes del pasado genuino cuentan como victoria.