Honoré Desmond Sharrer fue una artista cuya obra despertó todo tipo de polémicas, y no precisamente por la calidad de su técnica, sino por las ideas que plasmaba en sus cuadros. Nacida en 1920 en Estados Unidos, Sharrer es conocida por su detallado estilo realista que desafió las corrientes dominantes y aseguró su lugar en los anales del arte norteamericano. Trabajó principalmente durante el auge del expresionismo abstracto, un movimiento liderado por la izquierda cultural que buscaba romper con lo figurativo, pero Honoré prefirió seguir mejorando su habilidad de captar la realidad tal cual la veía. A comienzos de la década de 1940, mientras el mundo se encontraba inmerso en un conflicto de proporciones mundiales y en pleno florecimiento del sueño americano, Sharrer tomó el pincel como arma de combate en su estudio en Massachusetts para reivindicar valores olvidados por la modernidad.
Sin miedo al qué dirán de la comunidad artística, ella se centró en las experiencias comunes de la clase trabajadora, haciendo eco de los valores del esfuerzo, la familia y el mérito que sostenían la estructura de la sociedad. Basta con mirar su obra 'Un obrero tiene derecho a todo lo que produzca', una pintura icónica que carga simbolismo digno de desmenuzarse con inteligencia y que presenta una idea totalmente opuesta al mensaje promovido por el socialismo de la época. Su habilidad para reimaginar los espacios y personajes populares de la cultura estadounidense con un enfoque honorable no deja lugar a dudas de que su arte defendía mucho más que puro esteticismo.
Eso sí, cualquiera que esté preocupado por la moralidad en el arte debería observar cómo Sharrer, a diferencia de sus contemporáneos, nunca cayó en la trampa del derrotismo cultural. Mientras algunos pretendían reinterpretar la realidad rescatando las ruinas de un sistema que ellos mismos querían derribar, ella se aferró a principios atemporales e ilustró cómo los simples actos y valores de la vida cotidiana tenían un impacto profundo. En 'Tributo a la mujer', Honore mostró el rol vital que las mujeres desempeñaban en la familia, la comunidad y el trabajo, subrayando la importancia de la unidad familiar, la fuerza de voluntad y la dignidad, valores muy perdidos entre los progresistas.
Si alguien puede ser calificado de realista por su representación del individuo frente a la adversidad, ésa es Sharrer. Ella nunca temió explorar temas sensibles para poner de manifiesto que, frente a las dificultades, el coraje individual es el verdadero motor del progreso. Su arte funciona no solo como catálogo del siglo XX americano, sino como una clara declaración de que la verdadera carga de las naciones son sus ciudadanos y las virtudes de los mismos.
El cuadro del "Hombre Negro" es otra de sus obras que encierra una historia poderosa, y aunque Sharrer no era conocida precisamente por adherirse a una línea conservadora de pensamiento, resulta refrescante pensar que ella fue capaz de comprender el impacto positivo que las acciones individuales podían tener, a diferencia de cientos de sus contemporáneos que buscaban respuestas fuera del individuo y dentro del estado. Esto, por supuesto, viene a romper con muchos de los postulados que la izquierda artística ha intentado imponer a lo largo de los años.
Eso sí, la obra de Sharrer nunca se vendió como pan caliente. Los mercados del arte no veían con buenos ojos su estilo "anticuado", atrincherados en sus posiciones "vanguardistas" que promovían lo abstracto con discursos carentes de raíces y que glorificaban las necesidades del colectivo por encima de las libertades del individuo. Tuvieron que pasar décadas para que su obra recibiera el reconocimiento adecuado.
Muchos dirían que Honoré Desmond Sharrer cargaba una apuesta peligrosa; sin embargo, era fiel a lo que creía, y eso resuena de manera positiva con aquellos que a día de hoy siguen luchando por preservar y revindicar los valores olvidados. Una excelente manera de recordar que cuando se es persistente y fiel, las posturas que otros señalan como conservadoras pueden dar una inyección genuina y fresca al debate cultural.
Hoy, cuando alguien observa una obra suya, se encuentra frente a una pintura que exige contemplación y reflexión, más allá de etiquetas que puedan ser políticamente o artísticamente correctas. Honoré pintó imágenes que no encontraremos en colecciones mainstream, pero cada pincelada cuenta historias que probablemente han timbrado hasta las puertas de quienes se obstinan en modificar sin ton ni son los pilares de nuestro mundo.
Sus creaciones bien pueden considerarse un recordatorio a lo que muchos han olvidado: el arte, para tener valor y relevancia real, debe conectarnos con esos principios que son, al final, los que permiten la prosperidad de las naciones. En esta época donde se celebra lo "novedoso" simplemente por serlo, es bueno recordar que no todo en el arte son figuras difusas y mensajes sin rostro. A veces, lo que realmente necesitamos es una buena dosis de realidad, algo que, sin duda, Honoré Desmond Sharrer nos ofreció con generosidad y maestría.