¿Quién diría que el amor y los valores pueden desatar una tormenta en el mundo del cine? Hermosa, una película argentina lanzada en 2011, se abre paso con una trama que no necesita de corrección política ni disculpas culturales. Dirigida por Marcelo Páez Cubells, con un elenco conformado por María Marull y Carlos Belloso, la película da un giro inesperado en un género que rara vez se aleja de lo convencional.
La película se estrenó en Argentina, un país conocido por su vibrante escena cinematográfica, y desde entonces ha dejado huella en aquellos que la han visto, aunque otros la han rechazado por no ajustarse al patrón liberal. Todo comienza con la historia de una familia que vive en un entorno tranquilo, casi idílico, donde los valores tradicionales son la norma. La filmación captura la belleza de las costumbres que, aunque atacadas, tienen más relevancia que nunca.
La trama gira en torno a lo que ocurre cuando estas vidas "normales" son desafiadas por las emociones humanas. En la era de la hiperliberalización, Hermosa no es simplemente otra comedia de enredos románticos; es una declaración. Se atreve a mostrar que el deseo y el amor no tienen que rendir homenaje a las líneas de pensamiento progresista. Aquí no encontrarás personajes torturados por la modernidad; en su lugar, verás personas que luchan por mantener sus ideales intactos.
La actuación de María Marull es sinceramente cautivadora. Su papel no es tratar de presentar una utopía romántica, sino mostrar cómo una vida sencilla, llena de principios, puede ser más que suficiente frente a los complejos morales que ofrece el mundo de hoy.
No sería exagerado decir que uno de los grandes logros de Hermosa es desafiar la ideología dominante sobre lo que debería hacer una película romántica. En vez de cargar con mensajes politiqueros, la cinta teje una narrativa que filtra la nostalgia de una era en la que el amor y la decencia no eran ofensas graves. La habilidad del guion para narrar sin caer en clichés políticamente correctos convierte a Hermosa en una anomalía dentro del cine contemporáneo.
El director, Marcelo Páez Cubells, merece un doble aplauso por haber negado la tentación de complacer a las masas con temas que se amoldan a las discusiones actuales sobre lo que se debe amar o detestar. En lugar de eso, ofrece una mirada fresca a las verdades eternas que sostienen el edificio de una sociedad tradicional.
Y qué decir del paisaje argentino que sirve de marco a la película; es, en sí, un personaje adicional. Las escenas tomadas en los amplios campos y barrios tranquilos actúan como resistentes bastiones de lo que muchos podrían considerar una vieja normalidad, incluso en un país que tantas veces ha oscilado entre lo vanguardista y lo clásico.
Muchos críticos podrían acusar a Hermosa de ser más que una simple cinta revolucionaria; y tal vez tengan razón. Porque el verdadero valor de esta película radica en su capacidad para recordarnos que no todo lo sorprendente necesita ser educacional ni subversivo. En tiempos donde las narrativas a menudo se escoran hacia una misma dirección, encontrar una narrativa como la de Hermosa es como hallar una isla donde anclar la mente.
Quizás lo más irónico de todo esto es que, pese a ser una producción modesta comparada con los grandes nombres de Hollywood, Hermosa logra sobresalir porque no está obsesionada por complacer a una audiencia global. Al centrarse en sensaciones comunes, logra tocar una fibra que superan los debates de moda sobre identidad y política.
La película es más que una mera obra artística; es un manifiesto visual capaz de agradar incluso a quienes no necesariamente comparten sus valores. De alguna inexplicable forma, la autenticidad de la trama consigue evocar una época donde el cine hablaba más del corazón que de tendencias.
En definitiva, Hermosa es una de esas gemas que tiene la perspicacia de desafiar las normas sin excusas, mostrando un mundo donde todavía se puede celebrar la belleza en su forma más pura. Quizás nos enseñe que, después de todo, no necesitamos reinventar los valores que siempre han funcionado, sino simplemente honrarlos en la pantalla. ¡Viva el cine que aún se atreve a ser auténtico bajo sus propios términos!