¿Quién roba la infancia de nuestros niños? Un vistazo a la educación moderna nos revela un culpable insospechado: el sistema que, bajo el pretexto de empoderar, acaba alejando a los jóvenes de valores fundamentales. En la era actual, donde la educación es clave para el desarrollo de los niños, los cambios curriculares han sido radicales y preocupantes, y las consecuencias de estos cambios se notan de inmediato.
¿Qué está ocurriendo? En muchos sitios como Estados Unidos y Europa desde hace una década, bajo el manto de la inclusión y la diversidad, las escuelas han introducido temas y visiones que más confunden que educan. Ya no se trata de enseñar matemáticas, ciencias, o historia basada en hechos; ahora se trata de ideologías personales disfrazadas de 'progresismo'. Los niños entran al salón de clases, solo para ser bombardeados con ideas que pueden no estar alineadas con los valores familiares con los que fueron criados.
El cambio ha sido astuto y gradual. Donde antes se valoraban conceptos como el mérito personal, hoy se prioriza el victimismo. Los jóvenes crecen pensando que son moldeados por las circunstancias y no que tienen el poder de controlar su destino. Cuando se les enseña que su futuro está determinado por factores fuera de su control, se les priva del deseo de superarse y de soñar en grande. Así se pierde la ambición, se niega la responsabilidad personal, y en conjunto, se roba la infancia.
Es común encontrar decepciones en las aulas donde ya no se narran las historias de esfuerzo y valía, esas que inspiraban a generaciones a levantarse frente a la adversidad. En su lugar, se imponen narrativas centradas en el victimismo, donde cualquier intento de autorrealización se diluye entre discursos de opresión y desventuras inevitables.
Si hablamos de educación sexual, el tema no es diferente. En lugar de centrarse en la biología básica y en comprender la responsabilidad de la madurez, se embarcan en un viaje complicado donde la identidad sexual y el género son presentados como fluidos y confusos, sin claridad alguna. Los padres, en muchos casos, ni siquiera son consultados. Este desconocimiento y alarde sobre temas de tal magnitud llegan a niveles de manipulación.
¿Qué pasa con el patriotismo, ese valor que inspiró a tantos hombres y mujeres a luchar por sus países? Al parecer, hoy en día, el amor por la nación es un concepto pasado de moda, resultando casi inaceptable. Cualquiera que ose mencionarlo corre el riesgo de ser etiquetado como retrógrado. El robo a la infancia también implica destruir su sentido de pertenencia y orgullo por sus raíces.
Lo que ciertos sectores defienden como libertad se convierte en una prisión ideológica donde la discrepancia es imperdonable. Es un adoctrinamiento que merodea bajo el disfraz de la modernidad, sesgando las mentes jóvenes con una única manera de pensar, desconectándolas de principios valiosos como la lógica, el respeto y la diversificación de ideas.
El 'gran robo' no termina en las clases: alcanza también otros ámbitos esenciales para la infancia como el entretenimiento. La televisión, las películas e incluso las plataformas digitales están cargadas de ideologías que promueven, queramos o no, un mensaje uniforme de la vida que buscan suplantar la educación que debería formarse en el hogar. ¿Dónde quedaron las historias que enseñaban el valor del esfuerzo, la humildad y la familia?
La infancia se convierte entonces en un experimento social, donde la fe y la moral son constantemente retadas por doctrinas que contradicen siglos de sabiduría y sentido común. Este despojo no solo impacta al niño de hoy, sino al adulto del mañana, abriendo una brecha irreparable en el tejido social.
¿Cuál es la solución entonces? Insistir en tomar el control, exigimos recuperar ese espacio en la educación de nuestros niños y en sus vidas. Se necesita retornar a esos principios básicos que alguna vez formaron el carácter y visión de tantas generaciones exitosas. La educación debe ser el arma para potenciar individuos, no para dividirlos ni enemistarlos con el mundo real.
Así pues, este ‘gran robo’ deja estragos y desazón, no olvidemos que detrás de las políticas educacionales existen decisiones que construirán el presente que ansiamos para la futura infancia. Es hora de repensar y revivir esos valores, para que ningún destino siga siendo robado. Este es un llamado a la cordura, a unir la voz en protestas más allá de trincheras políticas. El futuro de los niños está en juego, y es un precio que no podemos aceptar pagar.