¿Quién diría que un poeta del siglo XII- XIII podría convertirse en el hombre más interesante de tu próxima conversación? En los dramas históricos de Japón, el nombre de Fujiwara no Ietaka sobresale como uno de esos ilustres individuos cuya vida refleja un tiempo en donde el honor, la tradición y la alta sociedad dictaban las reglas. Nacido en 1158 en el seno del clan Fujiwara, Ietaka era más que un simple poeta; era un cortesano de elite que remaba contra la corriente de las pasiones políticas de su época.
Esta no es la historia de otro poeta más que quiere agradar a la audiencia con rimas bonitas y sensibleras propias de un poeta 'progre'. Este es el espíritu indomable de un hombre que reconocía el poder de las palabras y las usaba con el respeto al orden social del Japón feudal que le tocó vivir. Ietaka es conocido principalmente por su participación en el emblemático 'Shin Kokin Wakashū', una colección de poesía que resultó ser una obra maestra de su tiempo. Su poesía no sólo captura el drama del amor y la naturaleza, sino también la rigidez de un mundo donde el deber era tan importante como el placer.
'Nacido un Fujiwara, siempre un Fujiwara’, podría decirse de Fujiwara no Ietaka, ya que defendió la sofisticación cultural y la familia de origen con un entusiasmo que parece ridículamente fuera de lugar en una sociedad moderna que ha olvidado lo que significa la verdadera lealtad. La familia Fujiwara era una de las más influyentes, jugando roles principales en los asuntos políticos del período Heian y Kamakura. Ietaka, fiel a sus raíces, mantuvo un pie en el mundo político y otro en el literario, sirviendo como presidente del 'Bureau of Poetry' (Agencia de Poesía), donde su juicio final en la recopilación de poemas no fue un acto de sacrificio aislado, sino una declaración de principios.
Mientras que hoy día, se busca constantemente promover agendas y retocar la historia para encajar en la narrativa actual, el trabajo de Ietaka se mantuvo centrado y definió muchas normas poéticas que aún resuenan. Él entendía la importancia de las estructuras sociales, que más allá de los colores políticos, son el cimiento de cualquier civilización que se respete. Cuando se habla del Japón feudal, no podemos ignorar las jerarquías sociales, y es que Ietaka reflejaba en su poesía la serenidad de atenerse a los valores de su tiempo.
Sus versos, que a menudo giraban en torno a temas de eterna relevancia como el cambio estacional, el amor no correspondido, y la belleza efímera de la naturaleza, muestran un mundo que comprendía profundamente. La poesía de Ietaka guía al lector a través de un viaje reflexivo, alejándose de lo superfluo para encontrar belleza y significado en lo mundano. Dentro de sus obras encontramos una resistencia pasiva a las revoluciones ideológicas, un respeto por los ancestros y la tradición, una línea que no pueden cruzar aquellos que predican el caos como cambio.
Es irónico pensar en cómo Ietaka podría percibir nuestro mundo actual, uno donde la narrativa conservadora es muchas veces dejada de lado en aras de una aceptación sin preguntas. A diferencia de ese modo de pensar, Ietaka se apegaba al tejido social y cultural que sostenía una sociedad ordenada. A través de su mirada observamos el equilibrio cuidadosamente mantenido entre el respeto por la tradición y la expresión artística de vanguardia.
En un siglo donde se prefiere el aullido ensordecedor de largas filas de usuarios en redes sociales defendiendo lo indefendible, las palabras prudentes de Ietaka reflejan un silencio respetuoso que trasciende el tiempo. En la historia del Japón, él es recordado junto a otros grandes como uno de los 'trenta y seis inmortales de la poesía', no por su revolución, sino por su resistencia cautelosa y la preservación.
La tenacidad de Fujiwara no Ietaka permanece como testimonio de que romper con el orden y la tradición no siempre es sinónimo de progreso. Fue su compromiso a la estructura de su tiempo lo que ayudó a moldear una de las épocas más brillantes de la historia japonesa. En tiempos de caos, echar un vistazo a las obras de un poeta samurái como Ietaka ofrece un recordatorio necesario de que, a veces, el verdadero avance nace de un profundo respeto hacia las costumbres que nos anclan como sociedad.