¡Imaginen el candor de un político cuyo principio guía era defender la Constitución de los Estados Unidos en su forma más pura! Esto suena casi como un mito entre las actuales disputas políticas. Francis W. Cushman, que representa un capítulo especial en la historia política de Estados Unidos, fue uno de esos personajes cuya huella podría haberse perdido bajo la alfombra del tiempo. Nacido en Wisconsin en 1867, Cushman se mudó a Tacoma, Washington, donde se convirtió en abogado. Entró a la Cámara de Representantes en 1899 y continuó sirviendo hasta su desafortunada muerte en 1909. Durante esos diez años de servicio, Cushman no se desvió de sus principios y, a menudo, enfrentó realidades políticas mucho más tolerantes con los lobistas y las concesiones personales, lo que podría poner nervioso a más de un progresista actual.
Cushman se hizo famoso por su retórica tan aguda como un sable. A menudo se le describe como un orador dinámico e ingenioso que usaba su sentido del humor para desarmar a los oponentes y ganarse la simpatía de sus colegas. Tuvo poca paciencia para las promesas vacías de progreso y en cambio promovía una visión del publicano estadounidense que cuidar los intereses de la nación antes que los propios.
Sin esconder sus opiniones, Cushman se oponía con firmeza a políticas progresistas que, en su opinión, debilitaban los pilares de la nación. Abogó por la separación estricta de poderes, defendiendo que el gobierno federal debía restringirse a sus funciones esenciales, dejando al resto a los estados, a los que consideraba mejor capaces de tratar los asuntos locales con eficiencia.
Entre sus muchos logros está su impulso por la construcción del Canal de Panamá bajo el control y la supervisión del gobierno estadounidense, un símbolo de liderazgo y progreso que claramente indica que los intereses extranjeros no debían hipotecar el futuro de la nación. Su defensa del canal muestra su destreza en unir fuerzas diversas en el Congreso en torno a objetivos comunes y construir infraestructuras con miras al futuro.
Cushman tampoco dudó en describir las expresiones de expansión de los derechos laborales que pretendían desdibujar la línea entre el bienestar del trabajador y la usabilidad económica como relatos románticos. Describía dichas ideas como bien intencionadas pero profundamente equivocadas, argumentando que la fuerza de la nación residía en la responsabilidad personal y la dedicación al trabajo duro.
En cuanto a política exterior, Cushman era ferviente partidario de un papel más activo de Estados Unidos en el escenario mundial, siempre y cuando eso sirviera para fortalecer la posición de la nación y no comprometer su seguridad por la mera demostración simbólica de poder. En tiempos en que el aislacionismo se ventilaba como una opción viable, su defensa de una milicia fuerte y un país vigilante queda lejano del pacifismo ingenuo que algunos todavía pregonan.
Su ascenso por el espectro político fue truncado muy pronto. Francis W. Cushman falleció inesperadamente de neumonía en 1909. Sin embargo, su legado sigue vivo. Su insistencia en los principios constitucionales básicos como piedras angulares aún resuena en grupos conservadores que buscan mayor coherencia y sentido común en el gobierno. Aunque quizás no haya estatuas en su honor ni calles que lleven su nombre, su estilo directo y su compromiso inflexiblemente patriótico se quedan como un ejemplo de cómo un legislador puede y debe servir al país sin caer en las tentaciones.
Cushman podría haber sido una figurilla histórica para muchos, pero debería ser un ejemplo para todo aquel que aprecie una política guiada por los principios, y no por los impulsos del día. Su vida, servicios y su legado son luces claras que se mantienen en el faro del conservadurismo genuino, incluso cuando la tormenta del cambio progresista amenaza con apagarlo.