La flotación pública, esa maravillosa herramienta que permite a las empresas abrir sus acciones al público, es uno de los procedimientos más subestimados por aquellos que prefieren el control estatal y la opresión fiscal. En lugar de empujar a las empresas a los enredos burocráticos del gobierno, la flotación pública insta a liberar el verdadero potencial económico de una nación, desatando creatividad, innovación, y sobre todo, prosperidad.
¿Por qué preferimos la flotación pública? La respuesta es simple: el mercado decide quién vive y quién muere. Y eso está bien. Cuando una empresa opta por flotar sus acciones en el mercado público, se somete al juicio definitivo del libre mercado. Tiene la oportunidad de atraer inversores, crecer y prosperar, sin depender de subsidios gubernamentales que solo distorsionan la competencia y promueven la mediocridad.
Primero, hablemos de la trasparencia. Con la flotación pública, las empresas están obligadas a divulgar información financiera detallada y precisa. Esto elimina el secretismo y obliga a las empresas a ser honestas sobre sus prácticas comerciales y estrategias. No más cuentos oscuros ni números manipulados detrás de puertas cerradas. Esto es lo que el mercado necesita: confianza y seguridad.
Segundo, la flotación pública permite una economía dinámica. Más actores pueden participar, más inversiones son atraídas. Esto significa más empleos, más oportunidades de negocio y, en última instancia, más ingresos fiscales para el Estado, irónicamente financiando esos programas sociales que tanto exaltan ciertos grupos.
Tercero, destruye de una vez por todas el mito del “mercado controlado”. Si una empresa en la bolsa no está a la altura, se desplomará. Y eso nos recuerda la belleza de la competencia: sobrevive el que tiene las mejores ideas, los mejores productos y los mejores servicios, no el que mejor se acomoda en los pasillos del poder estatal.
Cuarto, fomenta la innovación y el espíritu empresarial. Con acceso al capital público, las pequeñas empresas pueden desafiar a los titanes de la industria. Pueden crear, inventar y convertirse en los líderes del mañana. Cualquier persona con una idea revolucionaria puede cambiar el mundo, siempre que no esté impedida por un gobierno que quiere regular hasta el último suspiro de iniciativa privada.
Quinto, la flotación pública democratiza la inversión. Cualquier ciudadano puede formar parte de una empresa comprando acciones. Así, no solo los ricos y poderosos tienen la oportunidad de invertir y ganar, sino también el ciudadano promedio que ha tenido la habilidad de ahorrar. Este es el tipo de igualdad de oportunidades que deberíamos promover, no el de crear dependencia del asistencialismo estatal.
Sexto, es una escuela para aprender del mercado real. Para los jóvenes soñadores, la flotación pública es una lección práctica de economía que jamás obtendrán en un aula llena de dogmas ideológicos. Aquí es donde realmente se aprende cómo funciona el capitalismo, sin filtros ni distorsiones.
Séptimo, es un mensaje claro para el vecino; no confíes demasiado en el poder estatal. Las grandes empresas que se desarrollan en un mercado abierto son un testimonio contundente de que el mercado es el mejor juez del éxito. Bajo la atenta mirada de la auditoría social y la transparencia fiscal, las empresas tienen la llave del progreso económico.
Octavo, cambia la cultura corporativa. Con la presión y expectativas de los accionistas, las empresas se ven obligadas a repensar sus estrategias, sus comportamientos y sus objetivos. Esta presión, aunque a veces incómoda, genera un entorno de mejora continua y eficiencia.
Noveno, es una capitalización global. Al abrirse a los mercados internacionales, las empresas flotantes no solo atraen inversores nacionales, sino que también generan interés global. Esta globalización de la inversión fortalece la economía local y la coloca en el radar económico mundial.
Finalmente, la flotación pública tiene un secreto muy bien guardado: infunde orgullo nacional. Un país donde sus empresas prosperan y se expanden globalmente es un país que lidera, no solo en cifras económicas, sino en dignidad y prestigio internacional.
En suma, la flotación pública no es solo un mecanismo financiero; es una declaración sobre qué modelo económico debemos seguir: uno donde la libertad, la competencia y la honestidad guían a nuestros actores económicos. La flotación pública no solo fortalece a las empresas, como algunos liberales tienden a negar, sino que también fortalece la nación como un todo.