En una época donde los países se disputaban el control del Nuevo Mundo como si se tratara de un juego de mesa global, la Expedición Inglesa a Valdivia emerge como un episodio fascinante que muestra cómo el imperio británico intentó transformar a Chile en su próximo patio trasero. Los protagonistas fueron John Narborough y Bartholomew Sharp, dos corsarios ingleses enviados a principios de 1643 por la Corona Británica desde Inglaterra hasta las costas del sur de América. Su misión: capturar el fuerte español en Valdivia y controlar el acceso estratégico a las rutas marítimas del Pacífico. Ni más ni menos. Y qué mejor lugar que Valdivia, una plaza militar en aquel entonces vulnerable pero significativamente estratégica. El perfecto cóctel para una aventura imperialista.
Sin riesgo de exagerar, se podría decir que este es un capítulo que nos recuerda el eterno sueño colonial británico de gobernar los mares, un sueño que hacía tiritar a cualquier rey español. La operación era simple: ingresar al fuerte hispano bien armados, hacer gala de la artillería y tomar control. Sin embargo, estaban ante una población que, aunque pequeña, sabía defenderse. Valdivia se convertiría pronto en un escenario de lucha donde se pondría a prueba la capacidad (y tal vez la arrogancia) de los ingleses.
Pero ojo, no se nos olvide que los españoles en Valdivia también estaban al tanto de los opositores alrededor y, aunque la defensa podría no haber sido la más robusta, los locales estaban listos para dar pelea. A medida que los barcos ingleses se acercaban, las preparaciones para repeler el ataque se aceleraron. De pronto, lo que parecía una simple conquista se convirtió en una batalla. Todos sabemos que los británicos no llegaron a plantar su bandera en el sur de Chile, pero lo que sí obtuvieron fue una dura lección sobre lo complejo que es conquistar un territorio lleno de orgullosos defensores.
A pesar de su falla para capturar Valdivia, esta expedición no fue un fracaso total para los ingleses. Pusieron a prueba los nervios de los españoles, creando una perturbación que resonó en todas las colonias. Tal vez lo que no dejaron en tierra fueron banderas, pero sí una sensación de vulnerabilidad en los españoles que no olvidarían fácilmente. Probablemente, hasta estos días, más de uno teme que algún culatazo inglés regrese para intentar nuevamente lo que no pudieron completar en aquel siglo XVII.
La pregunta relevante es: ¿qué podemos aprender de este episodio? Primero, que a menudo la historia tiende a repetirse. Los poderosos de entonces al igual que los de ahora, buscan dominar y expandir sus influencias. Algunos lo llamarían avaricia; otros, estrategia. Pero la cuestión es que no hace falta ser un erudito para comprender que lo que mueve los hilos del poder rara vez responde a buenas intenciones.
Segundo, y tal vez lo más inquietante, es que estos recordatorios históricos sirven para señalar que el mundo avanza pero los deseos de control regresan como un péndulo. Bien lo entendieron después los británicos con su famoso "Sol nunca se oculta sobre el Imperio Británico"; lema que refleja cómo la ambición globalista todavía susurra en algún pasillo político hoy en día. Es una advertencia que resonará incluso en orejas liberales, aunque probablemente ellos prefieran darle otro enfoque, alterando los hechos según convenga su narrativa.
Por último, siempre será clave entender el poder del patriotismo de las poblaciones locales. Sea cual sea el invasor, las poblaciones que no se rinden ante las primeras hordas siempre darán más trabajo de lo planeado a los conquistadores. Y esto no es algo que guste mucho discutir en ciertas asambleas donde la soberanía parece cada vez menos relevante.
La Expedición Inglesa a Valdivia representa uno de esos episodios históricos que nos recuerdan la fortaleza de un pueblo y los límites de la ambición desmedida. Tal vez no se haga una serie histórica de televisión dedicada a este episodio, pero sin duda es un estallido dentro de la gran narrativa de colonialismo e imperialismo que no ha dejado de escribirse.