¿Qué hace que un estudio se lleve la palma en originalidad y controversia? Los Estudios Espíritu se han convertido en ese punto de inflexión en el que las líneas entre ciencia y espiritualidad se mezclan de una forma que algunos consideran liberadora y otros, simple charlatanería. Nacidos a principios del siglo XXI, sobre todo en Estados Unidos, se presentan como un enfoque revolucionario para explorar la conexión entre la espiritualidad humana y el bienestar. Sin embargo, sospecho que detrás de esa fachada atractiva se esconde una agenda que desafía las prioridades reales de la sociedad occidental.
Los Estudios Espíritu no se limitan a examinar la teoría; afectan a las universidades, influyen en la política y, en cierto modo, trastocan nuestra comprensión del mundo. Y esto es precisamente lo que algunos encuentran francamente problemático. Se podría pensar que, en una época en la que la economía de mercado y la política tradicional necesitan un enfoque pragmático, lo último que necesitamos es añadir espiritualidad mística a la mezcla.
Veamos, primero, la influencia educativa. Diversas universidades han integrado los Estudios Espíritu en sus currículos. Estos cursos a menudo se presentan como innovadores, incluso liberadores, pero si rascas un poco, lo que ves son los intentos de algunos liberales -la única mención, como prometido- de hibridar lo místico con la pedagogía académica. ¿Es eso lo que realmente nos ayudará a competir y destacarnos en un mundo altamente tecnificado y competitivo? Algo me dice que no.
¿Política? Ahí es donde la cosa se pone aún más turbia. Los defensores de esta disciplina argumentan que el estudio de la espiritualidad puede iluminar el camino hacia una política más compasiva e inclusiva. Pero no hay nada como excluir a quienes no tienen afinidad por las viejas prácticas de meditación o los rituales ancestrales en la toma de decisiones políticas. ¿Por qué inclinar la balanza hacia lo esotérico cuando la política real debería tratarse de soluciones racionales y lógica clara?
También es difícil ignorar el ascenso de las wellness influencers que abrazan los Estudios Espíritu como si fueran la panacea de todos los males modernos. Es un poco como un club exclusivo de autoayuda, donde sólo los alineados espiritualmente pueden entrar. Ignoran el hecho de que no todos tienen el lujo de dedicar horas al día a meditar o realizar rituales espirituales. Esto crea una brecha social aún mayor y nos aleja de las verdaderas soluciones.
La cultura de la cancelación que parece surgir en torno a esta nueva ola de estudios hace más daño que bien. Intentar cancelar a quienquiera que se atreva a dudar de su infalibilidad es algo común. La ironía aquí es dolorosamente obvia. En lugar de abrirse a un diálogo interseccional, se opta por la exclusión de quienes piensan diferente.
Más allá de las aulas y el discurso político, la repercusión también se refleja en la economía. Casi parece que los Estudios Espíritu están diseñados pensando en las empresas de bienestar, el espíritu de Silicon Valley y la constante reinvención del capitalismo espiritual. Esto nos lleva a preguntarnos si realmente estamos hablando de espiritualidad o de nuevos modelos de negocio bajo una máscara sancta. Los cursos de autoayuda modernos aprovechan este híbrido perfecto de espiritualidad y marketing.
Podemos hablar de libros de espiritualidad que lideran las listas de los más vendidos. Las librerías están llenas de autores que, sin escapar de las críticas, afirman tener la clave para una vida más plena a través del pensamiento místico. Esto tiene a algunos frotándose las manos de satisfacción, mientras que a otros los mantiene escépticos sobre la validez de tales propuestas.
Por último, está la naturaleza misma del individuo. ¿No deberíamos concentrarnos en las cuestiones tangibles que nos afectan a diario, como una economía errática o el crimen urbano, en vez de indagar sobre si los chakras están alineados? El problema nunca ha sido la espiritualidad en sí, sino su inclusión forzada en áreas donde no debe pertenecer. Hay momentos y lugares para cada cosa. Tal vez, después de todo, los Estudios Espíritu no son más que un espejismo del verdadero progreso.