Estenomáscara: ¡La Burla de lo Correcto!

Estenomáscara: ¡La Burla de lo Correcto!

La estenomáscara es el truco urbano de esconderse tras fachadas. Este fenómeno es el refugio de quienes sacrifican su autenticidad por la aprobación superficial.

Vince Vanguard

Vince Vanguard

La estenomáscara es ese fenómeno que asola nuestras sociedades modernas, donde las apariencias engañan más que las cifras de una encuesta de popularidad política. ¿Quién podría haber afirmado que en el siglo XXI todavía estaríamos hablando de la obsesión por el qué dirán? La usamos para hablar de personas que viven detrás de una fachada calculada. Máscaras que se desploman si rascas un poco hasta llegar a su auténtico yo. Surge especialmente en ambientes urbanos, en esas mismas ciudades donde el qué dirán certifica el valor de una persona más que sus propias acciones.

No necesitamos mirar más allá de nuestro entorno para cruzarnos con este tipo de sujetos. Son esos individuos que posan su vida perfecta en Instagram, pero cuyo día a día es un legado de deudas y facturas nunca pagadas. La estenomáscara no discrimina, se da desde el político que promete el oro y el moro, hasta el vecino que sonríe en los pasillos del edificio pero critica sin reparo en cuanto se cierra el ascensor. Está más presente en la vida cotidiana de lo que cualquiera se atrevería a reconocer.

La estenomáscara ha sido el recurso favorito para los que abrazan el eterno 'parecer sobre ser'. ¿Por qué lo hacen? La respuesta es más flagrante que seguir buscando afinidades. Está en la necesidad de aprobación en una sociedad que castiga más las diferencias que las malas acciones. En un mundo donde las redes sociales dictan tu popularidad, es más relevante parecer feliz y exitoso que realmente serlo. No nos sorprende que estos individuos naveguen entre sombras, hábilmente ocultando su verdadera esencia bajo una careta de perfección incontestable.

Las consecuencias de esta práctica son devastadoras para aquellos que caen en su trampa ilusoria. Viven una irrealidad perpetua, donde poco a poco se olvidan de quiénes son realmente. No podemos ignorar cómo esto afecta las relaciones humanas, creando vínculos superficiales que no soportan la más leve confrontación con la verdad. Amistades frágiles y vacías que perecen cuando la máscara resquebraja.

La estenomáscara sirve de refugio fácil, porque permite ocultar las propias incertidumbres y fallas. No obstante, en su afán de aparentar, se esconde un profundo miedo a la autenticidad. El miedo al juicio, a estar fuera de lugar o a no encajar en un mundo que ensalza lo fútil. Y aquí es donde entra el gran impacto de la educación y la cultura, que muchas veces pregona un molde rígido de lo que significa 'el éxito'.

Este fenómeno no es nuevo. Desde épocas inmemoriales, la humanidad ha sentido la presión de encajar en cánones y expectativas. Hoy en día, sin embargo, nos encontramos frente al espectáculo global de la imagen. Plataformas que imponen filtros, likes que determinan el valor de un individuo, y se genera una competencia desenfrenada por capturar la vida perfecta en el instante efímero de una foto.

Hemos transformado nuestras aspiraciones personales en narrativas que satisfacen gustar al otro, perdiendo el norte de nuestras propias metas. Buscamos llenar vacíos con la gratificación temporal que nos otorgan las pantallas luminosas de nuestros dispositivos. La bola de ilusiones sigue creciendo, arrasando con todo sentido de individualidad y uniqueidad que una vez poseímos.

La estenomáscara es un recordatorio de lo que hemos perdido. Nos arrincona a enfrentar la realidad de que, al final del día, las apariencias no nos definen, ni mucho menos sostienen una vida digna de ser vivida. Levantarse por la mañana con la convicción de ser quien uno es sin adornos ni disfraces ya no es suficiente para muchos. El precio que se paga al entregarse a este baile sin fin de mascaradas es alto y nos deja con una sociedad que pocas veces se muestra tal cual es.

Es hora de que abramos los ojos a quienes ponen en primer plano la autoveracidad frente a la engañosa estenomáscara. La autenticidad puede ser el único salvoconducto en este tumultuoso periplo del siglo XXI, en el que la simulación parece reinar sin límites. Romper con el miedo al rechazo y abrazar las diferencias no como una debilidad, sino como una cualidad valiosa, es lo que permitirá a cada individuo rescatar su esencia verdadera de las garras de la falsedad.