El caso Estados Unidos v. Apple de 2012 es un clásico ejemplo donde las grandes corporaciones tecnológicas intentaron jugar a ser intocables, como si las leyes que rigen el común de los mortales no les aplicaran. Lo que vimos aquí fue una manifestación audaz de cómo las empresas tecnológicas quieren operar fuera del marco jurídico bajo la bandera de la innovación. Durante años, estas gigantes tecnológicas han actuado como si toda regulación fuera un ataque directo a su modelo de negocio.
La discusión se remonta a la idea que los precios de los e-books debían ser controlados por un actor que no fuera la oferta y la demanda del mercado. Así, Apple decidió confabularse con cinco editoriales para subir los precios de los libros electrónicos y, de paso, sacar tajada al competitivo mercado que hasta entonces estaba dominado por Amazon. Este modelo de negocio, vestido con el manto de la 'competencia justa', fue una fachada para el control monopolista.
La Administración Obama vio en Apple un desafío notorio. Estamos hablando de una administración que muchos venían aplaudiendo por su amistad con el sector tecnológico. Sin embargo, aquí decidieron que había un límite a esa relación simbiótica. Lo chocante del caso es como ese mismo gobierno, anteriormente visto como aliado en el desarrollo tecnológico, de pronto se encontraba en el rol de regulador estricto.
Cuando el juicio puso sus cartas sobre la mesa, el Departamento de Justicia de los Estados Unidos acusó a Apple de conspiración para aumentar los precios en el mercado de libros electrónicos. El método, un acuerdo llamado ‘model agency’, permitió que las editoriales fijaran los precios, perjudicando así a los consumidores. Este movimiento se traducía en una subida de precios de aproximadamente 12.99 a 14.99 dólares por libro. Este precio artificial no tenía justificación alguna desde el punto de vista del libre mercado.
La defensa de Apple fue un intento desesperado por victimizarse, a pesar de que quedó claro que, a través de estos acuerdos, obtenían una comisión considerable por cada venta. Lo fascinante es ver cómo estos mastodontes digitales se retratan como Davids enfrentando al Goliat del gran gobierno. Sin embargo, en el fondo, tienen más en común con ese Goliat de lo que están dispuestos a admitir públicamente.
Es importante recordar que nos encontramos en tiempos donde la noción de libertad de mercado parece importarle más a algunos que a otros. Apple intentó, con vehemencia, ser una excepción a la regla. Sin embargo, incluso en un entorno politizado, el imperio de la ley prevaleció. Personas ajenas a la narrativa dominante vieron en este caso una oportunidad para enfatizar que las regulaciones no siempre son amargas para los consumidores.
El caso mostró el abismo que a menudo existe entre una regulación sensata y el 'mercado libre' distorsionado por las fuerzas del corporativismo. Al final, el tribunal falló en contra de Apple. Se les indicó a pagar una alta multa y cambiar sus prácticas de negocio, enviando un claro mensaje donde el libre mercado aún tenía una voz. Al menos por ese momento.
Para aquellos indignados por el rol regulador, este caso fue un recordatorio de que a veces ese papel protector es necesario. Apple, como tantas otras empresas, intentó operar sin límites. No olvidemos cómo las regulaciones a menudo llegan después de que las compañías hayan explotado completamente un vacío legal.
El caso de Apple también es notable porque nos recuerda que las corporaciones no siempre saben lo que es mejor para el consumidor. Para una empresa que constantemente se jacta de su ética y compromiso con sus clientes, fue una llamativa contradicción.
Este ejemplo es una prueba más para aquellos que sostienen que los mercados pueden corregirse sin interferencia externa. Apple, al final del día, tuvo que someterse a las reglas del juego impuestas por la autoridad legal pertinente. Y cuando Apple falló, se refutó nuevamente la narrativa de que 'menos regulación es mejor'.
Por supuesto, no sorprende que algunos estuvieran dispuestos a defender a esta empresa con fervor. Un liberal podría desafiar este resultado, clamando que Apple simplemente estaba participando en prácticas comerciales normales. Sin embargo, lo que realmente está en pie es el reconocimiento de que existieron violaciones importantes a las normas.
Así es como el caso Estados Unidos v. Apple se convirtió en un bastión de la importancia de mantener un cierto nivel de control cuando las corporaciones intentan navegar más allá del cerco regulador, perdidas en el mar del libre mercado. Apple, con todos sus recursos y abogados de alto calibre, descubrió que la supremacía sobre la ley no era tan fácil de lograr como parecía. Al menos por esta vez, el imperio tecnológico cedió espacio al bien común.