La temporada 2018-19 del equipo masculino de baloncesto de los North Dakota State Bison fue una saga de determinación, táctica y un poco de providencia, que definió su lugar en la mesa de los grandes. ¿Quién habría pensado que un equipo en Fargo, Dakota del Norte, haría tanto alboroto en el NCAA Tournament? Llegaron armados con un espíritu competitivo inquebrantable y una estrategia que desafiaba a cualquiera que dudara de su potencial.
Los Bison entraron al 2018 llenos de promesas, liderados por el entrenador David Richman, quien supo inculcar en sus jugadores una ética de trabajo inflexible y una defensa resistente como la tundra rusa. Lo que las estadísticas no pueden medir es el corazón y la determinación. Un elemento tan escaso en otras universidades demasiado grandes para sus pantalones.
Primero lo primero: su récord de temporada fue de 19 ganados contra 16 perdidos, una cifra que en papel no parece impresionante. Sin embargo, aquellos números cuentan una historia sólo superficialmente. La campaña comenzó lentamente, y los críticos no tardaron en apuntar sus dedos, pero estos Bisontes no estaban para sermones. Fueron perfeccionando su juego y, cuando llegó el momento, triunfaron en el campeonato del Summit League, asegurando un lugar en el escenario nacional.
La marcha hacia el título del Summit League no fue en absoluto sencilla. Con cada partido, exhibieron una defensa que recordaba a los recios equipos de antaño, y un esfuerzo conjunto ajeno al egocentrismo de los deportes millenials de hoy. Tuvo que haber elevados niveles de camaradería para salir victoriosos. Pero el verdadero momento cumbre llegó durante el First Four del NCAA Tournament en Dayton, Ohio. Fue allí donde los Bison, con más estrategia que brillo individual, derrotaron a North Carolina Central. Todo el que vio aquel partido recordó que a veces, son los menos favorecidos quienes dejan lecciones eternas.
Por supuesto, toda esta demostración de capacidades no escapó a la crítica de las élites deportivas, tan acostumbradas a ensalzar únicamente a las universidades más mediáticas de la nación. Sin embargo, los resultados hablaron más fuerte que cualquier crítica vacía. Y cuando el gran baile finalmente comenzó, aunque cayeron frente a Duke, fue claro que estos Bisontes se ganaron cada gota de sudor derramada.
Desglosemos qué hizo a este equipo tan especial. Primero, su estructura táctica. La defensa agresiva fue el pilar central, un estilo que podría tildarse de "tradicional" pero que, ciertamente, se extraña en muchas de las universidades esclavas del juego ofensivo por encima de todo. Segundo, la adaptabilidad de su juego. Encontraron formas de ajustar tácticas sobre la marcha, un testimonio de la capacidad de liderazgo de Richman.
Una mención destacada merece Tyson Ward. El imponente alero promedió 12.4 puntos por partido y, sin embargo, fue su habilidad para alterar el ritmo del juego por lo que realmente brilló. Ateniéndonos a las viejas escuelas que saben que los equipos ganan juegos, mientras que los individuos sólo hacen canastas, Ward encarnó ese espíritu.
Si alguna vez hubo una demostración de lo lejos que puede llegar la determinación y el trabajo duro en conjunto, la temporada de los Bison en 2018-19 lo ejemplificó. Claro, las grandes universidades pueden seguir manteniendo la opinión pública con promesas vacías, pero en lugares como Fargo siguen recordando lo esencial: patriotismo deportivo puro, sin diluir por la vanidad.
Para aquellos que aún dudan del poder de un enfoque orientado a un grupo y no al individuo, piensen en este equipo. De una manera mucho más simple que complejos análisis, la temporada de los Bison fue un relato épico de resistencia y perseverancia que millones reconocieron al menos por un instante.
Puede que no fuese la historia favorita de todos, especialmente aquellos que predican el valor individual sobre el colectivo, pero el equipo masculino de baloncesto de North Dakota State en 2018-19 demostró cómo el trabajo en equipo y la correcta dirección pueden silenciar hasta las mayores críticas. Sus éxitos quizás no traigan aplausos de las grandes multitudes, pero sí el respeto inamovible de quienes comprenden que en el baloncesto -como en la vida- es el viaje lo que forja a los verdaderos campeones.