El Soldado de Chocolate: Una sátira que no tiene precio

El Soldado de Chocolate: Una sátira que no tiene precio

¿Sabías que una sátira sobre las ridiculeces de la guerra podría levantar tantas cejas? 'El Soldado de Chocolate' es justo eso.

Vince Vanguard

Vince Vanguard

¿Sabías que una sátira sobre las ridiculeces de la guerra podría levantar tantas cejas? 'El Soldado de Chocolate' es justo eso. Estrenada en 1912, esta película muda dirigida por Edwin S. Porter, un pionero del cine estadounidense, se centra en las absurdas realidades de las guerras que los humanos libran por motivos egoístas. No se equivocaron en dónde ambientarla: Estados Unidos, cuna de las oportunidades, sí, pero también de los conflictos innecesarios, una paradoja que no podemos ignorar. Portavoz de la paz disfrazada de payasada, la película hace que nos cuestionemos hasta que punto somos parte de esta tragicomedia mundial. Y lo más fascinante, no hay necesidad de discursos. Solo el poder visual de un soldado hecho de chocolate.

Algunos podrían decir que la idea de un soldado de chocolate es ingenua, un concepto que no resiste análisis profundo. ¡Ese es el punto, señores! Es una metáfora brillante: así de efímeras y ridículas son las razones por las cuales muchos se lanzan a la guerra. Imaginen solo por un momento a un soldado que se derrite al contacto con el calor del combate real. ¿Qué mejor forma de decir que, muchas veces, los motivos para luchar se desvanecen ante la más mínima adversidad?

Este filme es un testimonio arriesgado de cómo el arte influencia la percepción pública de la guerra en aquella época. Claro, no podía faltar un toque de humor que dejaba perplejos a los liberales, siempre tan serios, tan enfocados en las virtudes grandilocuentes de la paz eterna. 'El Soldado de Chocolate' denota la fragilidad y vulnerabilidad inherente en los conflictos humanos, algo que muchos no quieren admitir.

En la trama, un soldado de chocolate, en lugar de luchar, intenta evitar el conflicto mediante tretas y disfraces. En resumen, hace casi lo mismo que los políticos con nuestras palabras: se derriten y escurren en un círculo de retórica sin dejar una acción sustancial. La trama es lápida sobre antecedentes de guerras que parecían tener el mismo valor que un dulce sencillo.

La película no se puede tomar a la ligera. Entreguemos crédito donde se merece. En una época impregnada por la fuerte influencia del imperialismo y el militarismo, surgen iniciativas artísticas como esta que reafirman lo absurdo de gastar vidas humanas por trofeos de guerra que carecen de valor tangible. Sin caer en la simpleza, hacen un llamado a despertar inteligencias que, aquellos que sienten la sátira en sus huesos, lo entenderán de inmediato.

El manejo del simbolismo en 'El Soldado de Chocolate' es magistral. El protagonista evade constantemente la batalla, incorporando un matiz cómico al alcanzar niveles ridículos de ingenio, todo para evitar ser parte del conflicto. Esta sátira va más allá de las líneas narrativas; es un comentario visual sobre cómo los soldados se convierten en peones de estrategias erráticas que nutren los egos de aquellos en el poder.

Si hablamos de la época, el guión destaca en satirizar la glorificación de los soldados valientes, transformándolos en objetos de consumo, algo efímero y, simplemente, algo que funciona bajo ciertos contextos pero que se diluye si se coloca al calor de las decisiones reales.

En 1912, el cine aún buscaba su voz, y en ‘El Soldado de Chocolate’ encontramos claros indicios de que la comedia podría servir de crítica social. No podemos ignorar cómo este diminuto filme –en tiempo de duración– impactó bastante la forma en que vemos la sátira en el cine hoy en día.

Aunque muchos podrían pasar por alto una película muda, conviene mirar atrás y reflexionar sobre qué puede enseñarnos este 'simple' breve filme en nuestra realidad actual. Aquellos quienes desean entender las capas subyacentes del cine tempranero, encontrarán aquí una pequeña joya que ofrece más por menos. Es un recordatorio intemporal de que a veces el arte puede mostrar de manera más clara que otros medios cómo el absurdo cotidiano de vivir entre conflictos y el costante peligro de la autodestrucción es más real de lo que aparenta.

Nos queda por preguntarnos: ¿viviremos, al igual que este soldado ridículo, intentando eludir lo inevitable, o lucharemos por un propósito realmente sólido? La respuesta, para quienes aprecian el significado detrás de las metáforas, ya está ahí.