El mundo está lleno de instituciones internacionales que dicen defender ideales nobles. El Instituto de La Haya para la Justicia Global es uno de esos lugares donde se supone que las naciones acuden a resolver sus conflictos de manera pacífica. Pero, ¿realmente es un bastión de justicia imparcial o más bien una plataforma donde unas pocas élites globales dictan lo que está bien y lo que está mal? Fundado en 2013, en La Haya, Países Bajos, aspiran conectar ideas, instituciones y personas para fomentar la justicia a nivel mundial. Sin embargo, lo que parece un esfuerzo loable podría ser más un teatro político que un tribunal de verdad.
Imaginemos el propósito de este instituto: trae a los líderes supuestamente más brillantes del mundo a una mesa con alfombras de alto costo, bebidas caras y discusiones elitistas sobre el futuro del planeta. Queridos lectores, mientras que uno imaginaría que tales lugares abordarían cuestiones reales de justicia, se ha convertido en otro ejemplo de cómo la burocracia internacional funciona sin rendir verdaderas cuentas.
Ahora, no nos engañemos, el Instituto de La Haya no es un lugar que simplemente se fundó para resolver discusiones de patio de recreo a gran escala. No, su ambición en pro de la justicia mundial ha evolucionado hacia algo muy diferente. Lo que comenzó en junio de 2013 ahora ha conllevado a más burocracia, entorpeciendo los procesos dudosamente. De crear una utopía de paz, hemos pasado a presenciar, en ocasiones, una intervención descarada que se ve forzada a una agenda clara.
Los problemas se magnifican cuando las políticas de tal institución comienzan a parecerse más a decisiones preestablecidas que a deliberaciones pensadas. ¿Quiénes deciden la agenda? ¿Cuáles casos reciben atención? Esto no es al azar, amigos. Muchas personas empiezan a ver este instituto no como un defensor imparcial de justicia, sino más bien como un peón en el tablero de ajedrez geopolítico.
El por qué de su existencia es la pregunta del millón. ¿Para resolver conflictos? ¿O para instaurar una especie de orden donde solo algunos se benefician? Claro, hablar de justicia global suena maravilloso; un sueño para algunos y una pesadilla para quienes prefieren interpretarlo como codicia revestida de virtud. Porque al final del día, no nos llevamos las promesas sino los actos concretos. Resulta evidente que la idea de conectarse globalmente tiene sus oscuros peligros.
Examinemos cómo actúan. Su modus operandi no es menos complicado; conferencias interminables donde se aprecia pasión pero se obtienen resultados irrisorios. La gente común, sabia y emprendedora, no necesita que se le diga cómo vivir. Sin embargo, este tipo de instituciones se colocan como el faro de moralidad mundial. ¡Qué irónica esta justicia global que se impone por algunos con intereses ocultos!
Es curioso observar cómo, a pesar de su existencia, los conflictos mundiales parecen no disminuir. Más intervencionismo político significa desestabilización, en vez de lo que debería ser su razón de existencia: resolver diferencias de forma ecuánime. Por lo menos, se esperaría una aplicación verdaderamente equitativa, pero lo que tenemos aquí es un juego de sombras y luces.
Los seguidores acérrimos del Instituto argumentarán que sin su intervención, el mundo sería peor. Pero preguntémonos: ¿Es así verdaderamente? ¿O estamos siendo testigos de una manipulación orquestada donde intereses específicos se promueven bajo la bandera de la justicia? Mientras unos quizá celebren sus iniciativas, otros observan con cejas arqueadas cada decisión, cada movimiento diplomático.
Dicho esto, divagar sobre justicia ya no es suficiente. Los números hablan por sí mismos, y los actores justos y verdaderos son proclamados por las naciones, no por unos pocos autodenominados árbitros globales. La desigualdad real está en los matices de estas organizaciones excluyentes, ya que no todos reciben el mismo peso en sus decisiones.
Como ciudadanos informados, no podemos conformarnos con lo que se nos presenta superficialmente. Profundicemos en lo que estas instituciones realmente representan. Sería prudente exigir a estos seudomoralistas internacionales que se mantengan fieles a las reglas sin agenda oculta. Porque al final, en la búsqueda de la justicia, se deben pavimentar resultados equitativos y verdaderos, no escenas teatrales sofisticadas.