Un asesinato en una perrera, ocurrido la noche del 12 de septiembre en la tranquila ciudad de San Borja, ha sacudido no solo a la comunidad local sino a quienes creen en el poder del orden establecido. Este perturbador incidente involucra a Carmen López, la administradora de la perrera, quien fue encontrada sin vida, rodeada de las mismas criaturas que tanto amaba y cuidaba. Los detalles son escabrosos; se sospecha que ella descubrió una red de corrupción que usaba la pequeña perrera como fachada. Ahora, los amantes de los animales deben preguntarse a quién benefician estas tramas oscuras y por qué los medios no hacen las preguntas difíciles.
Entonces, ¿por qué Carmen? Conocida por su carácter inquebrantable y pasión por los animales, quizás sabía demasiado. Y aquí es cuando el sol se esconde detrás de una cortina de nubes densas. ¿Acaso las autoridades locales, tan prestas a defender lo indefendible, temían que Carmen expusiera secretos incómodos? Entre supuestos desvíos de fondos y la gestión irregular de adopciones, podríamos estar ante algo más que simple incompetencia local.
Las teorías son muchas. Una línea de pensamiento: ¿estaban realmente los animales hambrientos y descuidados mientras el dinero de los contribuyentes se volatilizaba? Observadores atentos dicen que Carmen había comenzado a investigar el destino de fondos asignados oficialmente para mejorar la calidad de vida de los animales. Ese surge como uno de los motivos más obvios para decirle adiós de manera tan abrupta y escandalosa.
Los progresistas, en su continuo intento de cerrar los ojos ante la dificultad de la realidad, argumentan que fue un desafortunado incidente causado por la negligencia. Pero esta es una interpretación superficial que no hace justicia a la gravedad de los hechos. Sin embargo, no se puede ignorar que Carmen despertaba incomodidad en ciertas esferas que preferirían ver las cosas como estaban.
Es hora de enfrentar la realidad. Demasiadas veces somos testigos de cómo situaciones que aparentemente no deberían resultar en tragedias terminan siendo foco de manipulación y poder. Durante años, algunos han usado la manipulación de los derechos y bienestar animal como una pantalla justificable que les permite gestionar fondos de manera cuestionable.
Algunos creen que cualquier defensor real del bienestar animal —y aquí me incluyen— ve a Carmen como un símbolo de resistencia en contra de la corrupción institucional que se enriquece a costa del sufrimiento animal. No era perfecta, pero eso no significa que no debamos buscar justicia para quien claramente fue traicionada y luego apartada.
Las autoridades han dejado su habitual sabor amargo al no priorizar la investigación de manera transparente y clara. Las preguntas abundan: ¿Dónde están las cámaras de vigilancia de la perrera? ¿Por qué el personal de mantenimiento no está siendo interrogado con la seriedad que requiere el caso? Y, muy importante, ¿qué otras irregularidades permanecen aún oscurecidas por la política del apaciguamiento?
Hace falta más que lanzar cartas en redes sociales lamentando lo ocurrido. Hace falta un esfuerzo auténtico para descubrir los múltiples niveles de corrupción enterrados debajo del caso superficial de la muerte de Carmen. Un país que no pueda garantizar la seguridad de aquellos que cuidan de nuestros amigos de cuatro patas es un país que merece ser llamado a rendir cuentas.
No deberíamos pasar por alto cómo los animales, en medio de todo este gran revuelo, han quedado como las víctimas involuntarias. Sin un líder vigilante como Carmen, su bienestar acaba siendo una pieza de cambio en la compleja partida de ajedrez que juegan las autoridades frente al espejo de su incompetencia sistemática. Ayudémosles a encontrar su voz, porque son ellos —nuestros amigos leales— quienes sufren sin ser parte de esta lucha de poder entre hombres.
El Caso de Asesinato en la Perrera es lo que resulta cuando las pasiones encubiertas chocan con la realidad del mundo material. Carmen López demostró que el amor por los animales no conoce de límites ni de miedos. Ella es recordada no solo por el tiempo que dedicó a sus amados animales, sino también como el motor de un movimiento que busca mantener a raya a aquellos que creen que pueden esconder la verdad indefinidamente. Una lección fuerte e incómoda, sin duda, para las almas que optan por mirar a otro lado mientras las cifras oficiales enturbian toda claridad moral.*