Parece que cada año, cuando las temperaturas comienzan a descender, algunos grupos políticos empiezan a calentarse con sus comentarios absurdos. "El Cambio del Invierno", lo llaman. Pero detrás de esta expresión poética, muchas veces los que alardean de ser 'amigos de la ciencia' se pierden en un mar de inconsistencias y exageraciones ideológicas. La vida es cíclica, la naturaleza lo es más, pero claro, los que no se contentan con el orden natural siempre están buscando culpables. Cada cambio estacional se convierte en una oportunidad en sus agendas para reclamar más poder, más control, y más impuestos.
Vamos primero al grano: el invierno es frío. Lo ha sido durante milenios y seguirá siéndolo mucho después de que nuestras opiniones pierdan relevancia. Pero lo que realmente parece enfriarse es el sentido común cuando comienzan las diatribas sobre el cambio climático y la justicia ambiental. ¡Casi un déjà vu cada año! Los picos de temperatura y las nevadas extremas son fenómenos naturales que los antiguos sabían prever al mirar al cielo o al observar la naturaleza, y sorprendentemente, ellos nunca necesitaron de regulaciones gubernamentales para sobrevivir.
La ciencia, esa a la que nos piden venerar, ha demostrado que estos cambios son parte de ciclos más amplios y, francamente, inexorables. Pero aquí estamos otra vez, escuchando que el culpable es el automóvil que conduces o la hamburguesa que te comes. Claro, porque culpar a lo cotidiano siempre es más fácil que entender la complejidad del planeta. Lo que algunos llaman cambios drásticos, otros los reconocen como la majestuosidad de un mundo en movimiento, de un planeta que evoluciona constantemente.
Un invierno no es solamente nieve y frío; es la pausa que la tierra necesita para prepararse para el renacimiento de la primavera. Cada nevada, cada tormenta invernal, es una pieza más en el gran engranaje que hace girar la rueda de la vida. Pero no, eso a algunos no les importa. ¡Quieren soluciones mágicas y milagros instantáneos! Y así, piensan que pueden legislarse las estaciones del año.
En medio de esa tormenta de opiniones, nadie menciona cómo la modernidad ha hecho que suframos menos con el frío. La calefacción, los abrigos de materiales innovadores, todo lo que nos hace este periodo más tolerable, es gracias a la industria y al progreso que tanto desprecian. Ellos usan estas herramientas sin remordimiento mientras atacan a las instituciones que las hicieron posibles. Hipocresía, le llaman algunos.
Pero no todo está perdido. Muchas comunidades entienden que el respeto por la naturaleza no es sinónimo de renegar de los avances conseguidos. Al contrario, ven el futuro con esperanza y adaptabilidad. Sabiduría que no vemos retransmitida en titulares alarmistas o declaraciones incendiarias. En cambio, se centran en acciones reales, no en histeria mediática.
Y hablando de protagonistas ausentes, aquí es donde entra la voz de una juventud que, en algunos casos, reclama pero con sentido común y sin histeria. Jóvenes que no se dejan llevar por el miedo inducido sino que preguntan y buscan entender. Las futuras generaciones deberían ser alentadas a estudiar ciencia, a amar la naturaleza por su belleza compleja y sostenible, no a ser adoctrinados por falsos profetas que venden miedo como si fuera oro.
Así que cuando el termómetro baje, reconozcamos lo que realmente debería mantenerse frío: la hiperpolitización del clima. El invierno es, simplemente, lo que ha sido siempre: un recordatorio del poder vasto e inagotable de la naturaleza, más allá de los calculados movimientos ideológicos. La próxima vez que las temperaturas bajen, recordemos lo qué es real y lo que no lo es. El invierno pasa y lo que queda son, como siempre, nuestras acciones y decisiones permanentes.