La Economía Conductual: Un Juego de Manipulación Económica
La economía conductual, ese término tan moderno y de moda, viene a decirnos cuándo, dónde, quién, qué y por qué el ser humano toma decisiones económicas irracionales. Todo surgió en los laboratorios y mentes brillantes de psicólogos y economistas de las universidades de renombre alrededor del mundo. En lo que a muchos les gusta llamar un “avance” desde finales del siglo XX, esta rama híbrida intenta desmenuzar nuestras mentes para explicar por qué no actuamos como calculadoras perfectas en todas nuestras decisiones de compra.
¿Recuerdas esas situaciones en las que compraste un artículo innecesario en oferta? ¡Ahí tienes la economía conductual! La idea detrás es que no siempre tomamos decisiones racionales. Según estos teóricos, muchas de nuestras conductas se ven influenciadas por sesgos cognitivos, emociones y atajos mentales que, a menudo, la racionalidad económica tradicional elige ignorar. Porque, claro, quién quisiera una historia en la que los seres humanos actúan por impulso, ¿verdad?
Tal vez piensas que esto no suena tan mal. Después de todo, el estudio de la mente humana es fascinante. Sin embargo, aventurémonos en este abismo académico para descubrir cómo estas ideas pueden, y lo hacen, renquear hacia la manipulación económica. Todo suena tan científico, pero es una herramienta potencialmente peligrosa en manos equivocadas.
La economía conductual también fue vestida y maquillada para desempeñar roles en políticas públicas. Piensa en aquellos mensajes en las cajas de cigarrillos advirtiendo sobre sus peligros. Inspirados por estos principios, los gobiernos, en su afán por cambiar comportamientos, creen que la persuasión sutil puede moldear hábitos.
Pero antes de estar de acuerdo con tales aplicaciones, pensemos en esto: ¿hasta qué punto queremos que las instituciones decidan qué es correcto para nosotros? El Estado, impulsado por “expertos” que juegan a ser psicólogos, se enfoca en impulsar nuestras decisiones como un experimento a gran escala. Un camino sin retorno que se titula eficiencia, pero realmente es paternalismo.
El Premio Nobel de Economía dado a Richard Thaler en 2017 por sus trabajos en la economía conductual es prueba suficiente de cómo esta doctrina se ha ido colando sutilmente en el tejido académico y político. Algunos ven esto como un reconocimiento a cómo las ciencias del comportamiento cambian las decisiones humanas, aunque otros ven una estratégica siembra de intervención.
Por otro lado, cuando consideramos las implicaciones económicas, es curioso que se desee moldear al ser humano como una masa maleable en lo tocante a su consumo y ahorro. Se nos invita a aceptar que los expertos saben más sobre nuestro propio bienestar financiero que nosotros mismos. Es un espectáculo de control maquillado de benevolencia.
Un ejemplo de esto está en las ofertas y promociones que inundan nuestras redes. En lugar de fomentar nuestras capacidades para elegir lo que realmente necesitamos, se nos incita a consumir porque el cartel dice 'compra ya'. Así es como hemos llegado a la era de la acumulación innecesaria y de la deuda impulsiva, una pesadilla de la que se espera que el consumidor no despierte nunca.
Ahora, una noticia que no sorprende: esta dependencia en el comportamiento irracional de las masas podría ser manipulada para perpetuar un ciclo de consumo. Sí, la economía conductual puede apoyar la proliferación de más prácticas orientadas al control masivo.
Curiosamente, a medida que los medios de comunicación y las empresas de marketing abrazan estas teorías, mejora su habilidad para manipular elecciones. Por lo tanto, el ciudadano promedio, sin ser consciente, se encuentra atrapado en un juego del que no conoce todas las reglas. Los que están en un extremo del espectro político lo ven como una respuesta a las conductas irracionales, mientras que quienes defienden el libre albedrío genuino podrían sentir que esta es una invasión a la individualidad.
Así, observamos cómo se ha instrumentalizado la economía conductual en manos de entusiastas del paternalismo. Mientras algunos aplauden la revolución de las ciencias del comportamiento, otros ven una forma sigilosa de controlar cada decisión económica. Los críticos de esta tendencia somos, sin duda, una minoría entre las voces que celebran este rumbo.
En última instancia, el análisis económico tradicional está siendo arrastrado hacia este deseo de microrregulación en el que el comportamiento humano se esquematiza como si todos fuéramos ratones en un experimento. ¿Por qué entregarnos a la ilusión de racionalidad impuesta cuando podríamos simplemente aspirar a decisiones genuinamente libres?
Conclusión: La economía conductual es una herramienta poderosa que puede ser fácilmente transformada en un dispositivo de control. Los defensores de la libertad individual deberíamos estar alertas de la manipulación oculta en los nichos académicos modernos que intentan decirnos cómo vivir nuestras vidas.