La deuda gubernamental australiana es uno de esos temas que nos debería preocupar a todos, especialmente cuando se observa desde una perspectiva políticamente conservadora. En un mundo donde los gobiernos se han acostumbrado a gastar más de lo que ingresan, Australia no es la excepción, y eso no es precisamente una buena noticia. Si pensamos en la administración fiscal como en las finanzas de una familia, el nivel actual de deuda es preocupante, al menos para quienes creemos en la responsabilidad financiera. Vamos a repasar diez razones por las que la creciente deuda australiana es una señal de alarma que no se puede ignorar.
El tamaño de la deuda no para de crecer. Sí, al igual que los precios de las propiedades en Sidney, la deuda sigue aumentando. Estamos hablando de montos que superan fácilmente los 800 mil millones de dólares australianos. Aumentar la deuda es la vía directa hacia la pérdida de independencia económica, algo que algunos obvian cuando idealizan proyectos sociales sin un presupuesto sostenible.
Los intereses no perdonan. Cada dólar prestado hoy será un dólar que mañana deberemos pagar con intereses. El gobierno malgasta dinero que, además, ni siquiera tiene. Los jóvenes pagarán la factura en el futuro. Este tipo de imprudencia a menudo se vende bajo el velo de la compasión, pero en verdad es una carga injusta para las futuras generaciones.
Inflación galopante. Más deuda gubernamental equivale a más dinero en circulación, lo que incrementa la inflación, reduciendo el poder adquisitivo de los ciudadanos. Alguien tiene que recordar que imprimir dinero no es generar riqueza. Este círculo vicioso debe romperse antes de que se salga de control.
Un economista lo diría: ¡Apaga las luces!. Con tanto desembolso sin control, viene la clásica intervención económica indeseada. Esto ha ocurrido a lo largo de toda la historia humana y Australia parece no haber aprendido del pasado. Un presupuesto robusto es sinónimo de solidez, no de despilfarro.
Desestimula la inversión extranjera. Los gobiernos endeudados son menos atractivos para los inversores extranjeros. Prefieren países que gestionen sus finanzas con moderación. No es capricho, es sensatez empresarial. Los emprendedores buscan estabilidad, no casualidades políticas.
Deterioro de la calificación crediticia. Seguir acumulando deuda afecta la calificación crediticia del país. Australia podría ver cómo su puntuación se ve desmoronada, elevando así los costos de futuros préstamos que serán absolutamente necesarios en tiempos de crisis.
Negligencia en la infraestructura básica. Cuando la deuda se acumula, el presupuesto para infraestructura crítica, como hospitales y escuelas, se ve afectado. El acceso a servicios esenciales no debería estar comprometido por las malas decisiones de quienes buscan aplausos fáciles.
Dependencia de la política económica federal. Este es un comodín que muchos gobiernos utilizan para esquivar su culpa: la política económica internacional. Si bien tiene sus impactos, no puede siendo justa la excusa eterna para mala administración interna. La prudencia fiscal debe ser la estrella guía.
Falta de un plan serio para reducir la deuda. La falta de un plan coherente para pagar lo que el país debe es el camino más corto hacia la catástrofe económica. Muchos políticos evitan hablar de responsabilidad fiscal, prefiriendo el ruido de las promesas vacías.
El papel de la política internacional. Cuando países como China poseen gran parte de la deuda australiana, la independencia política se pone en riesgo. La soberanía del país no debería estar en juego como método para sostener gastos insensatos.
La deuda gubernamental australiana podría bien ser un menú envenenado que los adoradores de los proyectos sociales siguen promoviendo. No hay lugar en un debate serio para quienes ven la deuda como una herramienta amoral para ganar votos. Urge una respuesta que vuelva a colocar el timón en el sentido correcto de la prudencia fiscal, ya que la responsabilidad debe prevalecer sobre la urgencia de complacer los caprichos de algunos.