Cuando la mayoría piensa en Puerto Rico, el bullicio de San Juan o las playas abarrotadas de turistas en Rincon suelen ocupar su mente, pero para aquellos de nosotros que preferimos los tesoros tranquilos, Culebra es la joya escondida que satisface esa necesidad. Tan solo a 27 km al este de Puerto Rico, esta pequeña isla ofrece lo que muchos de nosotros anhelamos: un refugio de serenidad y belleza natural inigualable.
Culebra es una isla-municipio de aproximadamente 1,800 habitantes. Su encanto radica no solo en la calidad de sus playas, como la famosa Flamenco Beach, reconocida como una de las mejores del mundo, sino también en su firme resistencia al desarrollo excesivo. A diferencia de lugares donde las regulaciones locales permiten la expansión sin control, aquí se siente una protección de la esencia natural y del patrimonio cultural, algo que justo en línea con las ideologías conservadoras que valoran la preservación de lo que necesitamos y el retorno a lo fundamental.
La historia de Culebra es rica y significativa. Su población diversa se enorgullece del pasado de la isla, que se remonta a siglos de interacción entre europeos e indígenas, y mantiene su identidad única a pesar de las presiones externas para cambiar su esencia. Culebra es un claro ejemplo de cómo la identidad cultural puede ser mantenida cuando hay un fuerte deseo de evitar la asimilación que tanto reclaman las políticas liberales.
La vida en Culebra fluye con la maresía y el vaivén de las olas en el Caribe. Aquí, lejos de las prisas y la locura de las ciudades saturadas donde cualquiera podría subirse a un pedestal autoproclamándose defensor de lo políticamente correcto, se vive con otra perspectiva. Culebra es para quienes aprecian la conexión real con la naturaleza sin la necesidad de comprometerla con promesas vacías de progreso. Sus aguas cristalinas invitan al snorkeling y al buceo, mientras que el avistamiento de la fauna en lugares como el Refugio Nacional de Vida Silvestre de Culebra ofrece una instantánea de lo que realmente significa coexistir con la naturaleza de forma armónica.
El acceso a la isla es relativamente sencillo, ya sea en avión desde Fajardo o tomando un ferry, pero este mismo 'aislamiento' es lo que la hace un bastión protegido. Culebra es casi un refugio para el viajero que busca un escape del ruido, una alternativa a las alternativas convencionales que la modernidad propone. Mientras los liberales defienden la integración masiva y el borrado de las peculiaridades únicas de cada lugar, Culebra demuestra que se puede resistir al llamado de la homogenización sin perder su encanto.
A nivel sostenible, Culebra tiene bastante que enseñarnos. Su entorno es el resultado de prácticas responsablemente gestionadas, donde los locales reconocen el valor del pequeño comercio y la importancia de mantener la isla limpia y saludable. Para algunos, esto representa una visión del futuro donde la sostenibilidad se logra sin sacrificar el individualismo y se preserva el carácter único del lugar.
Al poner un pie en la isla, es obvio que aquí predomina una mentalidad comunitaria de gente orgullosa. Esa comunidad se mantiene porque las políticas en Culebra no son dictadas desde arriba, sino que emergen de los que más sufren cuando hay cambios innecesarios impuestos desde afuera. Aquellos que ya tienen una comprensión de que el gobierno central no siempre tiene las respuestas mejores, encontrarán que esta isla es un reflejo de dicha filosofía.
Pasar tiempo en Culebra nos recuerda el valor de la tranquilidad y cómo el edén en la tierra no siempre es el resultado de avances extremos o de innovaciones disruptoras, sino del simple placer de vivir en armonía con lo que ya se tiene. Durante las noches despejadas, mirar las estrellas desde Sus aguas invitan al remo y el kayak, asomándote a un firmamento que en las ciudades ni siquiera se adivina. La naturaleza y el amor por lo propio convergen aquí.
Culebra no es solo un destino turístico más; es una afirmación de las pesadillas distópicas a las que nos dirigimos si no valoramos lo que ya tenemos. Es un recuerdo de que lo bueno, lo verdadero y lo bello aún existen, pero hay que protegerlo de los impulsores del cambio por el cambio mismo.