En un mundo donde la corrección política intenta borrar el pasado, la Cueva de Fontbrégoua desafía la narrativa. Situada en el sureste de Francia, cerca del pueblo de Salernes, esta cueva ofrece una ventana auténtica al mundo prehistórico. Descubierta en la década de 1970, revela prácticas y hábitos del Neolítico que pueden incomodar a algunos. ¿Por qué? Porque evidencia una sociedad que no funciona bajo los estándares románticos de solidaridad universal y pacifismo que algunos quisieran imponer.
La cueva fue utilizada como refugio y lugar de actividades económicas entre 4900 y 4000 a.C. y se han encontrado restos humanos que han avivado debates sobre el canibalismo ritual. Avisar a los defensores del multiculturalismo idealizado: aquí no hay cuentos de hadas sobre coexistencia pacífica. Los restos óseos encontrados presentan marcas de cortes y son acompañados por cerámicas y herramientas que sugieren acciones deliberadas.
Ahora, algunos intentan minimizar estas prácticas diciendo que son pura supervivencia, pero no nos engañemos. Los grupos humanos de entonces no tenían mucha diferencia de organización y complejidad respecto a las sociedades más avanzadas de la época. La evidencia sugiere que el canibalismo no era simplemente una cuestión de falta de alimento, sino más bien de prácticas culturales establecidas.
¿Qué diría Rousseau sobre estos "buen salvajes"? Lo cierto es que la cueva ofrece un contra-argumento a las teorías del "noble salvaje". Estos primeros europeos eran, como cualquiera, complejos y capaces de comportamientos que hoy juzgaríamos severamente pero, para ellos, podría haber sido una norma cultural. Desgraciadamente, estas ideas no encajan bien con la narrativa de algunos sectores que prefieren la idea del ser humano inherentemente bueno y su industria encaminada exclusivamente a la paz y la colaboración libre de conflictos.
La zona, conocida hoy por su producción de cerámica y su belleza natural, fue testigo de estas prácticas singulares. No es solo parte del pasado, sino un recordatorio de lo que en algún momento fue esencial para la supervivencia y cohesión del grupo. Como visitantes, estudiar estos sitios nos permite confrontar las realidades históricas de forma directa, sin filtros ni censuras.
Muchos dirán que debemos mirar estas hallazgos con ojos académicamente neutrales, pero cualquier arqueólogo riguroso que se precie no puede apagar la llama de la curiosidad humana. Los hallazgos de la Cueva de Fontbrégoua no permiten rodeos liberales sobre la bondad universal de la raza humana en todo tiempo y espacio. Lidiar con la historia no debería ser un campo de batalla ideológico y menos uno donde el pasado se reinterprete para encajar un presente faltante de una objetividad palpable.
La historia ha sido escrita con actitudes y decisiones humanas, y el caso de Fontbrégoua es un llamado a reconocer y aceptar que, desde muy temprano, nuestros ancestros exploraron muchas formas de estructurar su vida social. Los desafíos del presente nos exigen no olvidar que el ser humano puede ser tan oscuro como brillante.
¿Y ahora qué? Visitar la Cueva de Fontbrégoua puede resultar una experiencia reveladora, un último susurro de un tiempo donde la moralidad y la supervivencia caminaban de la mano, bastante diferente a las versiones utópicas empujadas por algunos pensadores contemporáneos.