La remodelación de Downing Street ha sido un tema candente que ha hecho correr ríos de tinta. ¿Quién iba a pensar que unas reformas en una residencia oficial pudieran provocar tanto escándalo? Desde que se iniciaron las remodelaciones en el famoso número 11 de Downing Street, donde reside el Primer Ministro británico, los críticos han escarbado en cada detalle como si revelaran un gran secreto de Estado. La cuestión no es solo qué se remodeló, sino cómo y por qué. El Primer Ministro y su familia necesitaban un espacio adecuado a sus necesidades y las del siglo XXI. Sin embargo, los detractores, siempre con lupa en mano, pusieron el grito en el cielo.
Los medios de comunicación no han dejado pasar la oportunidad de intentar sacar partido del asunto. Como siempre, se centran más en el precio que en los beneficios que podría aportar una renovación a una residencia que no solo es un hogar, sino uno de los centros del poder mundial. La inversión en Downing Street no es simplemente un capricho, sino una declaración de intenciones: modernidad, funcionalidad y hospitalidad para uno de los cargos más importantes del mundo. Claro está, siempre hay quienes preferirían ver al Primer Ministro viviendo en una tienda de campaña.
La reacción fue desproporcionada y fue como si alguien les hubiera pisado un callo. Todo comenzó cuando los rumores sobre los costes de la renovación empezaron a circular. Todos querían saber cuánto exactamente gastó el gobierno. La cifra, aunque todavía no del todo clara, incluye tanto lo necesario como lo estético. Los detractores sostienen que la familia del Primer Ministro debía pagar de primera mano estas 'lujeras'. Sin embargo, sería fundamental recordar que este no es un apartamento cualquiera; es un pilar de la política internacional. Algunos gruesos titulares atacaron sin cesar, pero se olvidaron de recordar la herencia cultural que también representa esta residencia.
Si reparamos en el pasado, nos daremos cuenta de que no es la primera vez que Downing Street se somete a una renovación. Cada primer ministro ha modificado algo que se acomode a su época o necesidades. ¿Por qué de repente es un problema renovarlo ahora? En la política se trata de avances, de modernización, y no se puede estar en un modo de revisitación perpetua al siglo pasado. Hasta los críticos más fervientes saben que los lugares de trabajo de altos funcionarios deben reflejar algún grado de modernidad, pero por supuesto eso es algo de lo que no hablan.
Ni siquiera los liberales más acérrimos pueden negar que la fachada mediática que se armó en torno a este tema es un intento para desviar la atención de temas de mayor peso. Mientras el mundo se enfrenta a una pandemia, crisis económica y cambios climáticos, pensar que unas cuantas capas de pintura se llevan el protagonismo resulta, como mínimo, insólito.
Hay que admitir que los detractores tienen un talento especial para magnificar cada detalle. En lugar de alabar el hecho de que las renovaciones habrían utilizado materiales sustentables, prefieren gritar sobre las incomodidades temporales. Quizás olvidan que una renovación también busca simbolizar renovación política y social, algo que, por lo visto, no quieren entender.
En todo este drama protagonizado por alfombras y cortinas, se pierde la perspectiva más amplia: la importancia estratégica de una residencia oficial como Downing Street, tanto nacional como internacionalmente. Menos escándalo sobre el papel tapiz y más alabanzas al rol diplomático que juega Reino Unido debería ser el lema. Pero claro, eso no vende tabloides ni genera polémicas en Twitter.
Finalmente, recordemos que los que piden austeridad en el hogar del Primer Ministro tienen la opción de predicar con el ejemplo y cambiar ellos mismos a un mobiliario menos opulento; pero como suele suceder en estos casos, las palabras hablan más que sus acciones. La próxima vez que se levante un escándalo por reformas en una residencia oficial, no olvidemos el contexto más amplio: la realidad de que ciertos puestos requieren más que meros formalismos. Renovar Downing Street no es solo una cuestión de imagen, sino también de adaptar una de las casas más emblemáticas del mundo a las necesidades actuales sin vergüenza ni escándalo.