¿Alguna vez has visto a alguien construir un magnífico castillo de arena solo para derribarlo a patadas minutos después? Eso es esencialmente lo que vemos cuando analizamos la mentalidad "construir-destruir" que domina ciertas corrientes políticas actuales. En un mundo donde los progresistas continuamente pregonan sobre crear un futuro mejor, sus acciones contradictorias de destruir tradiciones y estructuras ya probadas, bajo el disfraz de progreso, nos dejan desconcertados.
¿Quiénes son los que están detrás de esta locura "construir-destruir"? Los miembros de un sector que dicen querer igualdad y progreso, pero terminan devorándose a sí mismos en sus intentos de implementar utopías no logradas. La ironía es apabullante. En su afán por "mejorar" las cosas, terminan dañando lo que ya funciona correctamente. Aquí está el giro: quieren rediseñar sociedades exitosas desechando las piedras angulares que las han convertido en baluartes del progreso real a lo largo de siglos.
Cuando es tiempo de construir, nos enfrentamos a exigencias utópicas, de teorías de justicia abstractas a un modelo económico fantasioso que ignora las realidades del mercado. Se nos dice que destruyamos lo viejo para hacer lugar a lo nuevo. Pero lo único que logran es desperdiciar recursos y hacer retroceder la aguja del avance económico. Pretenden que toda innovación pase por un estrictísimo control ético que, al final del día, no es más que burocracia disfrazada de virtud.
El mantra "construir-destruir" se manifiesta en diferentes frentes, desde la política laboral hasta la educación y la cultura. Primero nos cuentan que el mercado está roto y que las políticas conservadoras han fracasado. Entonces, empiezan a tejer un intrincado tapiz de nuevas normas que, en definitiva, soslayan la libertad económica y laboral. Pero no debemos preocuparnos, porque en su mundo imaginario, todos recibirán un salario justo por no hacer nada productivo. ¿Suena improbable? Definitivamente es lo que están vendiendo.
Pensemos en la educación. Muy pocos defenderían la educación tradicional como perfecta, pero destruirla para imponer una serie de metodologías experimentales que hacen más políticos bien informados que ciudadanos competentes—esa es la verdadera agenda. Dicen que es por el bien de los niños, pero termina siendo un juego de poder para quienes quieren reescribir las reglas de lo que debe ser aprendido. Olvidan que la educación no es solo un archivo de datos, sino también una inculcación de valores arraigados que han guiado a civilizaciones enteras.
En el ámbito cultural, el fenómeno "construir-destruir" se deja ver en la aniquilación y resurgimiento de obras de arte y narrativas que encajan en una visión nueva del mundo filtrada por el prisma ideológico. Classicismo y tradición son ahora considerados reliquias de un patriarcado opresivo. Podemos recordar ciudades históricas enteras "renovadas" para abrir paso a estructuras modernas carentes de alma. Para algunos, lo nuevo es siempre mejor, sin importar el costo para el tejido cultural e histórico que destruyen por el camino.
La locura del "construir-destruir" tiene su asidero en la política medioambiental también. Las quejas son ensordecedoras cuando se trata de fabricar una solución coherente. Amagan con un paraíso verde, pero ignoran el impacto económico devastador. Nos encontramos con promesas de futuristas energías limpias sin reconocer las limitaciones tecnológicas actuales ni las redes de poder que tienen sus propios intereses. Resultado: políticas ambientadas en un idealismo desenfrenado que arruinan economías, cierran industrias, y provocan desempleo.
¿El verdadero problema? Que este ciclo de "construir-destruir" no tiene fin porque está arraigado en un tipo de pensamiento que nunca está satisfecho con su propia creación y que rechaza el cambio que no sea estrictamente de su diseño. Lo que en apariencia es un noble destino para la sociedad, sin influencias de rigor conservador, plantea una serie de reglamentaciones que apartan a los verdaderos conocedores de dirigir sus recursos hacia venturas más productivas. Y he aquí por qué estos ciclos nos traen de vuelta a cero cada vez.
Es irónico que mientras unos tengan la meta de construir una sociedad mejor, sus acciones son las de quienes van demoliendo cada principio firme sobre el que se ha basado el éxito social y económico durante siglos. Quizás es hora de reflexionar menos sobre destruir el statu quo y más sobre cómo ampliar los éxitos ya logrados. Tal vez, solo tal vez, en la búsqueda de un utópico futuro nuevo, perderemos la habilidad de vivir en el presente que ya hemos ganado.