Cuando pensamos en la Edad Media, probablemente nos imaginamos castillos, caballeros valientes y tal vez alguna que otra doncella en apuros. Pero lo que pocos saben es que hubo una mujer llamada Constance Bartlett Hieatt, nacida el 29 de febrero de 1928 en Binghamton, Nueva York, una verdadera pionera en el estudio de la gastronomía medieval. Hieatt deconstruyó una época que la mayoría percibe como oscura y le dio un sabor, por decirlo de alguna manera.
A plena vista, lo que hizo fue rescatar los sabores que alimentaron a reyes y plebeyos, convirtiéndose en una de las académicas más relevantes en el ámbito de la literatura medieval anglosajona. A finales del siglo XX y principios del XXI, transformó viejos manuscritos en recetas accesibles. ¡Un logro que hasta a un mago de Camelot le parecería un truco de magia!
La carrera de Hieatt despegó cuando muchos buscaban modernidad, y ella, con una mirada conservadora, decidió indagar en el pasado. Imagina la frustración de aquellos que quieren borrar con furia cada vestigio del pasado, contrarrestados por la firmeza con la que Hieatt apreció y preservó la historia a través de la comida. Ella, al igual que otros que valoran la tradición, sabía que mirar al pasado podía darnos lecciones cruciales. Una lección que los progresistas de hoy ignoran mientras intentan reinventar la rueda.
Entre sus obras más notables están "An Ordinance of Pottage: An Edition of the Fifteenth Century Culinary Recipes in Yale University's MS Beinecke 163" y "Pleyn Delit: Medieval Cookery for Modern Cooks". No era simplemente una recolección de recetas antiguas, era una revalorización de todo un conocimiento perdido que ilustraba cómo la vida diaria también estaba llena de maravillas.
Para aquellos que deseen sumergirse en el mundo que Constance Bartlett Hieatt tan cuidadosamente recreó, se darán cuenta de que nuestras diferencias culturales con aquella época no son tan profundas. Uno puede aprender mucho sobre una civilización a través de su comida, y esto fue exactamente lo que Hieatt logró mostrar al mundo académicamente conformado. Mientras muchos rechazan mirar atrás, tachando lo viejo como innecesario, Hieatt provee un argumento perfecto contra esa miopía temporal.
Lejos de ser una figura de museo, su trabajo continúa siendo relevante. Hoy en día, cuando la tendencia es editar el pasado al gusto de las ideologías de cada quien, ella nos brindó recetas que cuentan historias sin manipularlas. En un mundo donde las narrativas quieren ser reescritas de acuerdo a los caprichos modernos, apreciar lo que Hieatt dejó nos devuelve algo de cordura y, por qué no, sabor auténtico.
No era solo una académica detrás de un escritorio, sino una visionaria que rompió las barreras del tiempo a través del sabor. Imaginar esos banquetes medievales reconstruidos con dedicación y precisión refleja una devoción al realismo antes que a la distorsión. Tal compromiso nos enseña a preservar nuestro legado cultural tal como es. Simplemente, hacía lo que muchos evitan: dio valor a nuestro pasado sin disfrazarlo.
Si hay algo que aprender de Constance Bartlett Hieatt, es que el conocimiento genuino se encuentra en la apreciación de nuestros ancestros, en entender que lo que vino antes tiene tanto mérito hoy como lo tendrá el mañana. Aquellos con deseos de borrar el pasado, recuerden que antes de modificarlo, deben saborearlo; como diría Hieatt, que cada comida nos enseñe una lección histórica valiosa.