¡La locura de la corrección política está destruyendo el sentido común!
En un mundo donde la corrección política se ha convertido en la norma, parece que el sentido común ha sido arrojado por la ventana. En Estados Unidos, desde hace unos años, la cultura de la cancelación ha tomado el control de las universidades, los medios de comunicación y las redes sociales. ¿Por qué? Porque un grupo de personas ha decidido que cualquier opinión que no se alinee con su visión del mundo debe ser silenciada. Esta tendencia comenzó a ganar fuerza a principios de la década de 2010, principalmente en campus universitarios, y se ha extendido como un virus por todo el país.
Primero, hablemos de la libertad de expresión. En teoría, es un derecho fundamental, pero en la práctica, parece que solo es válido si no ofende a nadie. La ironía es que aquellos que claman por la tolerancia son los primeros en censurar cualquier opinión que no les guste. ¿Qué pasó con el debate abierto y el intercambio de ideas? Parece que se ha convertido en un campo minado donde cualquier paso en falso puede llevar a la ruina social.
Segundo, la cultura de la cancelación. Esta es la herramienta favorita de los que quieren silenciar a los demás. Si alguien dice algo que no les gusta, en lugar de debatir, prefieren destruir su reputación. Es un juego sucio y cobarde que ha arruinado carreras y vidas. ¿Y todo por qué? Porque alguien se sintió ofendido. La fragilidad emocional se ha convertido en una excusa para la censura.
Tercero, la obsesión con el lenguaje inclusivo. Claro, todos queremos ser respetuosos, pero cuando llegamos al punto de cambiar palabras y frases que han existido durante siglos, solo para no ofender a un pequeño grupo, hemos cruzado la línea. El lenguaje es una herramienta para comunicarnos, no un campo de batalla para imponer ideologías.
Cuarto, la victimización. Vivimos en una era donde ser una víctima es casi un estatus. En lugar de empoderar a las personas para superar sus desafíos, se les anima a regodearse en su victimización. Esto no solo es perjudicial para el individuo, sino que también crea una sociedad débil y dependiente.
Quinto, la demonización del éxito. En lugar de celebrar el éxito y el esfuerzo, se ha puesto de moda criticar a aquellos que han trabajado duro para lograr sus metas. La envidia se ha disfrazado de justicia social, y el mérito ha sido reemplazado por la mediocridad.
Sexto, la educación sesgada. Las universidades, que deberían ser bastiones del pensamiento crítico, se han convertido en fábricas de ideología. Los estudiantes son adoctrinados en lugar de educados, y cualquier profesor que se atreva a desafiar la narrativa dominante es rápidamente silenciado.
Séptimo, la manipulación de la historia. En lugar de aprender de nuestro pasado, se está reescribiendo para ajustarse a la agenda actual. Esto no solo es deshonesto, sino que también priva a las futuras generaciones de lecciones valiosas.
Octavo, la intolerancia disfrazada de tolerancia. Se nos dice que debemos aceptar todas las opiniones, pero solo si coinciden con la narrativa dominante. Cualquier desviación es rápidamente etiquetada como odio o ignorancia.
Noveno, la hipocresía de los que predican la igualdad. Mientras claman por la igualdad, muchos de ellos disfrutan de privilegios que niegan a los demás. Es un doble estándar que es tan evidente como irritante.
Décimo, el ataque a la familia tradicional. La familia ha sido la piedra angular de la sociedad durante siglos, pero ahora está bajo ataque. Se nos dice que cualquier estructura familiar es válida, pero al mismo tiempo, se demoniza a la familia tradicional como anticuada o incluso opresiva.
Es hora de despertar y recuperar el sentido común. La corrección política ha ido demasiado lejos, y es hora de decir basta. No podemos permitir que un pequeño grupo de personas dicte cómo debemos pensar, hablar y vivir. Es hora de defender la libertad de expresión, el debate abierto y el sentido común.