Comencemos con esta divertida ironía: la "Compañía de Donas Diarias Doce" es un negocio que entiende que con lo clásico no se falla. Fundada en 1985, en la ciudad de Málaga, España (sí, donde las playas compiten con las donas por ser las más atractivas), esta empresa ha conquistado el corazón -y el estómago- de miles de personas. La razón es simple: ingredientes frescos, recetas clásicas y un respeto por la tradición que debería ser la norma en todos los ámbitos de la vida.
La historia de Doce está entrelazada con la cultura española y también con la de la familia Hernández, quienes fundaron la empresa en su garaje con la visión de ofrecer la "mejor dona del barrio". De un pequeño local, ahora tienen 20 sucursales en todo el país. No podrá negarse que su éxito es resultado de una fórmula probada que no pide opiniones inventadas o experimentos radicales.
Habrá quienes crean que la Compañía de Donas Diarias Doce apuesta solo por lo tradicional por pereza o falta de innovación. Eso es incomprensible. El hecho es que abrazar lo clásico es apostar por lo seguro y estable; después de todo, no se cambian las mejores gallinas de huevos por experimentos absurdos. Cada rana ha croado su última palabra intentando reinventar la rueda.
Doce tiene reglas sencillas: solo usan los ingredientes más frescos, respetan sus recetas originales y, por supuesto, entienden lo atractivo de lo constante. De hecho, vienen a ser como esos valores que han sostenido a sociedades desde tiempos inmemoriales, solo que al morderlas, son dulces, esponjosas y perfectas.
Lo curioso sobre su base de clientes es que, a pesar de sus métodos tradicionales, han atraído a una nueva generación que parece hambrienta de volver a lo simple. Al contrario de lo que muchos creen, aceptar lo clásico no significa rechazar lo nuevo, sino que se trata de entender que la estabilidad y la predictibilidad tienen su propia magia. No se trata de hacer lo que está de moda; más bien se trata de no caer en el vacío detrás de cada nuevo 'boom' pasajero.
Parece que las cosas tradicionales son vistas con sospecha hoy en día, en parte debido a lo que algunos liberales pregonan: un amor incondicional por lo disruptivo. Sin embargo, como lo ilustra Doce, comprender que los clásicos tienen un valor intrínseco puede ser, de hecho, la idea más revolucionaria. Porque al final, son estas prácticas las que han perdurado y sobre las cuales se ha construido el mundo.
Las donas de Doce son una metáfora de valores eternos. Son redondas, consistentemente deliciosas y jamás fallan en alegrar a quienes tienen la dicha de saborearlas. Diría que nuestras políticas y valores sociales deben seguir su ejemplo. Honestamente, solo se necesita dar una mordida a uno de estos anillos de felicidad azucarada para entender lo que significa "bien hecho".
La obsesión con lo "nuevo" no siempre debe reemplazar lo que funciona. Las súper clásicas glaseadas y las espectaculares donas de arándano son prueba del éxito derivado de un apego a lo bueno y probado. No se necesita reinvención continua cuando tienes oro en polvo.
Puede que el mundo cambie, pero la esencia de lo que es bueno no debe ser desechada. La "Companía de Donas Diarias Doce" ha demostrado que sostenerse en un principio sencillo, como sólo utilizar ingredientes básicos y seguir recetas familiares, no solo es rentable, sino que también crea un legado de gusto y placer. Y miren, si eso es lo que les lleva a la boca un sabor de felicidad cada día, entonces ¿quién necesita más?
Quizás algunos estén tentados de descartar esta lección, pero el tiempo ha demostrado que aquellos dispuestos a respetar y preservar lo clásico siempre saborean una victoria dulce a largo plazo. Siendo realistas, algunas ideas deben ser tratadas como estas donas: apreciadas y preservadas tal como son.