El Silencio que Destroza: ¿Cómo Podemos Estar En Silencio?

El Silencio que Destroza: ¿Cómo Podemos Estar En Silencio?

En un mundo donde el silencio se ha convertido en una respuesta común, debemos cuestionarnos por qué elegimos callar ante la absurdo. Este artículo explora cómo y cuándo debemos hablar para desafiar las ideas que amenazan nuestras bases tradicionales.

Vince Vanguard

Vince Vanguard

Imagínate esto: estás en una reunión familiar y alguien de repente menciona que deberíamos pagar más impuestos para financiar políticas mal pensadas. ¿Y ahí qué haces? Algunos miran al techo, otros revisan sus celulares, pero la mayoría guarda silencio. ¿Por qué lo hacemos?

Estamos en tiempos donde todo parece irse al extremo. La política, la economía, el sentido común... todo está en riesgo de desaparecer en un mar de absurdidad. Cada vez que se nos ocurre discutir la importancia de la libre empresa o del valor de la familia tradicional, hay voces que gritan tan fuerte que hacemos lo que más tememos: quedarnos callados. Porque, en 2023, quedarnos callados es más fácil que alzar la voz contra lo que nos parece desafortunado o incluso ridículo.

Miremos el cine, el entretenimiento, la crítica cultural. Están repletos de mensajes que buscan politizar incluso lo más simple, como disfrutar una buena película. Es como si el arte sólo sirviera para empujar una agenda. Pero cuidado, que alguien diría que hablar en contra de eso es justo el problema y ahí el silencio se convierte en cómodo.

En las escuelas, la situación es alarmante. Lecciones sobre cómo romper las normas, sobre cómo ignorar la historia para reescribirla según sea políticamente correcto, e inclusive sobre cómo asimilar ideas sin lógica ni sentido. Y los que deberíamos ser guardianes del sentido común, ¿qué? Silencio. Porque hablar parece que significa ofender o perturbar un equilibrio falso que sólo algunos están interesados en conservar.

Hay una nueva moda en los lugares de trabajo: el silencio institucional. Se nos proporciona un manual de lo que se puede y no se puede decir para evitar que nuestras ideas supuestamente "ofensivas" den al traste con la productividad. Se nos instruye que las creencias tradicionales son un problema, no una virtud en lo laboral. Pero una vez más, preferimos no hacer olas y simplemente callamos.

En las ciudades, las leyes se erosionan. Los ciudadanos comunes sufren las consecuencias y, cuando sus voces reclaman por justicia, aquellos que pueden hacer cambios son los que evitan el ruido. Esto nos obliga a preguntarnos si el silencio que hemos guardado no es más insensato que el desorden que enfrentamos.

Los comunicadores y las plataformas digitales parecen preferir historias que capturen la imaginación, pero sólo si son de un tipo específico. El silencio que muchos perciben al ver censura indirecta o directa los desanima a participar, y sucede que el eco de una opinión se vuelve predominante.

Es hora de preguntarse qué ganamos con el silencio. Estamos dejando que el ruido sin sentido guíe nuestra sociedad a un precipicio del que será difícil volver. Mientras algunos persiguen sus propias agendas, otros de nosotros necesitamos encontrar la manera de romper el silencio sin sucumbir ante el miedo de ser denostados.

¿El siguiente paso? Alzar la voz. Si cada uno de nosotros habla cuando es necesario, pronto podría cambiar el curso de nuestros entornos. No se trata de gritar sin sentido, sino de dar sentido en cada palabra. Empezar a desmitificar razonamientos infundados en todos los niveles de interacción. Desde las reuniones con amigos hasta los foros en los que hay mucho en juego. Hablar es nuestro poder más formidable.

Tal vez sea incómodo hacer oír nuestras opiniones. Tal vez olvidamos que el precio por permanecer en silencio es más alto que el de enfrentarnos a una crítica. Después de todo, ¿llamar la atención sobre lo que creemos no es eso un derecho que vale proteger?

En definitiva, reflexionemos sobre lo que este silencio nos ha traído y cuán vital es hablar cuando los tiempos lo requieren. La próxima vez que te encuentres en una sala donde lo absurdo impera, recuerda que el diálogo real, aunque incómodo, es el primer paso hacia un verdadero cambio.