¡Ah, Habacuc! ¿Quién es este y por qué está causando tanto revuelo? Para aquellos que aún no se han enterado, Habacuc es uno de esos personajes bíblicos, un profeta del Antiguo Testamento que vivió en Judá allá por el siglo VII a.C. Esta figura mantiene un papel estelar en el libro que lleva su nombre. La pregunta del millón: ¿por qué una voz antigua podría incomodar al siglo XXI? Pues porque Habacuc se atreve a cuestionar la justicia divina en su propio tiempo, y eso sí que es un tema que hace eco en nuestras realidades actuales.
Ahora bien, vayamos al grano. Habacuc desafía la narrativa cómoda. No solo se sienta a aceptar las cosas como son; el profeta clama ante Dios sobre la violencia, la injusticia y la corrupción que ve a su alrededor. Hay que tener coraje para enfrentarse así al statu quo, dirían algunos.
Hablemos de una sociedad que se siente escandalosamente familiar. La Judá de Habacuc no es tan diferente de nuestro mundo actual. Ansimismo, todo sigue con su caos, y la justicia parece ir a paso lento, como si fuese remolcada por una tortuga. Los gobernantes corruptos y aquellas élites que parecen estar por encima de la ley son una constante. Las preguntas que Habacuc lanza son relevantes: ¿Por qué la injusticia se fortalece? ¿Cuándo miraremos la verdadera justicia dividiendo el mundo?
Por supuesto, los de mente moderna y avanzada parecen no perder su tiempo con estos temas. Pero escuchar a Habacuc significa abandonar la idea de complacencia moral. El profeta no sólo cuestiona, sino que también espera algo mejor. Su diálogo en tres capítulos nos provoca a mirar más allá del confort diario. Exige respuestas, tanto divinas como humanas.
Habacuc sabía que las cosas no son siempre lo que parecen. Dios responde a su pregunta con más preguntas; una conversación que algunos tacharían de frustrante. Pero si uno presta atención, se dará cuenta de que Habacuc está recibiendo algo más que respuestas: está recibiendo una guía. Debemos recordar que este profeta es un hombre en busca de verdad, una verdad que no viene de acuerdos internacionales o consensos políticos, sino que nace desde la esperanza en lo divino.
He aquí la parte que frota, que raspa. En el mundo actual, muchos evitarían esta clase de discurso profético en favor de una narrativa más secular. La fe gigante del profeta está fuera de moda. Cuando suenan voces como las de Habacuc, algunos prefieren cambiar de canal o tirar el libro al rincón más oscuro de la biblioteca. Este antiguo texto desafía y choca con nuestras vidas, abogando por un estándar de moralidad que nos obliga a analizar cómo vivimos nuestras vidas.
¿Y qué pasa con el pecado? ¡Sí, el pecado! Algo que muchos han decidido catalogar como subjetivo o incluso inexistente. Pero para Habacuc, el pecado es real y tiene consecuencias tangibles y eternas. No es sólo una cuestión de política social, sino de alma, de verdadero arrepentimiento y cambio tangible. Uno casi podría decir que Habacuc nos invita a hacer más que mirar, a actuar, pero eso es pedir demasiado para algunos.
La profecía de Habacuc revela cómo Dios usará a los caldeos, un pueblo todavía más corrupto que Judá, para administrar justicia. Esto es justicia divina en su máxima expresión, no la que esperan aquellos que buscan justificarse en su espejo. La justicia viene en formas que no siempre son color de rosa, y los eventos históricos que uno podría etiquetar como trágicos son parte de un plan más grande.
Sé que a muchos no les gustará oír esto, pero Habacuc predica pacientemente la necesidad de enmendarse aun cuando el caos parece ser la norma. El modo de vida que Habacuc invita a contemplar es incómodo para aquellos que quieren retener una visión relativista del mundo. Pero acaso no debería serlo. Nos invita a evaluar cómo vivimos y si nuestras decisiones se alinean con algo más eterno que las tendencias pasajeras de las noticias de la tarde.
Habacuc se contenta en su fe, con una visión clara de la justicia divina, sabiendo que eventualmente, la bondad prevalecerá en contra de toda oscuridad. El problema es que su mensaje parece ser asombrosamente exitoso en exasperar a quienes están acostumbrados a ver la vida a través de la perspectiva de mesas redondas y discursos de moralidad líquida.
Así que ya saben. Ignoren a Habacuc, si pueden. Pero este profeta seguirá haciendo eco, reverberando preguntas incómodas sobre injusticias y lo que significa realmente corregir el rumbo. A pesar de todo, su voz resuena a través de los siglos, invitándonos a una conversación de la que podríamos aprender mucho, si tan solo estuviéramos dispuestos a escuchar.