El fracaso arquitectónico que nadie vio venir ocurrió el 15 de enero de 1971 cuando un enorme bloque de viviendas en construcción en 2000 Commonwealth Avenue, Boston, colapsó estrepitosamente. Este desastre, protagonizado por Turner Construction Company y diseñadores que claramente no hicieron la tarea, llevó a la muerte de cuatro trabajadores y dejó heridos a otros veinte. En el fervor del progreso, el fallo estructural dejó expuesta una verdad inapelable: la tecnología y los “avances” arquitectónicos de las décadas posmodernistas no siempre son sinónimo de seguridad. La desidia y la maniobra del mercado prevalecieron sobre el análisis y control de calidad, provocando un espectro que recorrió la nación.
La década de los 70 en EE.UU. fue un hervidero de cambios culturales y tecnológicos. Boston no era la excepción, y su renovado skyline era testigo de ello. Sin embargo, esta tragedia nos recuerda que se pueden romper sueños al intentar construirlos tan rápido. Los reportes arrojaron que el uso de materiales inadecuados y el diseñar sin tener en cuenta las cargas estructurales fueron los grandes culpables, reinstalando la eterna disputa: crecer rápido pero inseguro o lento y seguro. El colapso del edificio fue una estela de humo sobre el cielo liberal que pretendía modernizar a cualquier costo, muchas veces ignorando las advertencias.
El escándalo que desató el colapso en 2000 Commonwealth Avenue fue inmenso. Las investigaciones revelaron fallos desde la etapa de planificación hasta la ejecución de la obra. No fue solo una cuestión de mala suerte, sino de negligencia concatenada a través de varias capas de gestión. La estructura colapsó a medida que se vertía concreto recién en el noveno piso, arrastrando consigo los seis pisos inferiores y haciendo tambalear el sueño americano que prometía bienestar y modernización. Esto evidenció claramente los riesgos de priorizar la economía sobre la calidad.
Lo irónico de este evento es que muchos se apresuraron a culpar a la normativa como si se tratase de un ente malvado que quería detener el progreso. Pero, la regulación existe precisamente para prevenir desastres. Los malabares para evadirla, pretendiendo ser innovadores o con escusas de costos, demuestran la falacia escondida detrás del rápido desarrollo urbano. Un tipo de hipocresía muy conocida.
El colapso de este complejo residencial no solo destrozó las esperanzas de quienes tuvieron que ver en ello, sino que también denotó un error sistemático en cómo se gestionaba la arquitectura en la época. ¿Realmente comprendía la élite liberal los peligros del boom constructivo? El error aquí fue insistir en una modernidad ciega, y el resultado desastroso fue simplemente oyendo aquellos que vilipendiaron las voces que alertaban sobre el peligro. Se apostó por un progreso rápido, marginando la seguridad.
Este episodio oscuro tuvo que convertirse en un recordatorio para todos sobre el afán de construir rápidamente, como las propias políticas destinados a cambiar la realidad sin entender o prever las consecuencias. En la Inglaterra de Margaret Thatcher, la responsabilidad y eficiencia fueron pilares para el crecimiento; sin embargo, en ciertos círculos progresistas se podría retorcer hasta el fin de los tiempos la necesidad de crecimiento estructural con cualquier método, sin tomar en cuenta el costo humano.
En 1971, Boston fue testigo de una lección no aprendida que todavía se refleja en las decisiones de hoy. Al fin y al cabo, respetar la normativa y ser responsables es algo que no se debe discutir, pero que algunos prefieren obviar en pos de supuestos beneficios inmediatos. Las lecciones del pasado siempre terminan girando en torno a nosotros si no las tomamos a pecho.
Quién iba a decirlo, en un área que soñaba constantemente con desafiar al cielo, la realidad terminó recordando cómo la profundidad de las decisiones es más importante que la mera altura de una estructura. Que el progreso debe medirse también con una vara de precaución y no con la suma rápida de pisos construidos. Han pasado más de cinco décadas, pero el mensaje sigue en pie: las decisiones importan; los detalles importan; las consecuencias siempre estarán presentes.