Imaginen un lugar rodeado de muros donde se cultivan las uvas más selectas para elaborar los vinos más prestigiosos del mundo. Ese lugar es un "clos", una viña especial que ha robado corazones desde tiempos antiguos hasta nuestros días. Pero, basta de romanticismos. Vamos a los hechos. En Francia, específicamente en Borgoña, estas tierras han sido cuidadosamente seleccionadas para el cultivo vitivinícola desde hace siglos. Los clos, a menudo delimitados por cercas de piedra, no son solo símbolo de calidad sino de exclusividad. Estuvieron en el top del vientre capitalista del Antiguo Régimen, mostrando cómo el buen gusto y el poderío supieron siempre ir de la mano. Recuerde eso la próxima vez que le ofrezcan un vino etiquetado como "clos".
¿Quiénes fundaron estos santuarios vinícolas? Los monjes cistercienses. ¡Sí, esos mismos religiosos que hoy podrían ser denostados por un progresista cualquiera! Madrugaban para controlar el crecimiento de cada vid, sabiendo que su esfuerzo no era solo una entrega a lo divino, sino también a una industria que les seguiría brindando prestigio, y no, no estoy diciendo que debamos rescatar sus prácticas como leyes actuales, pero sí apreciar su legado. Estos monjes, custodios de la tierra, fueron quienes realmente entendieron el significado de "sustentabilidad", un término que la izquierda ha monopolizado y transformado a su conveniencia.
La ubicuidad de los clos, dispersa por toda Francia, es un testamento a la globalización incipiente dirigida por mentes visionarias. Olvidemos por un momento esos discursos anti-globalización que nos han saturado en años recientes. Los clos son prueba de que, si algo es bueno, debe viajar y ser apreciado en todo el mundo. Después de todo, ¿quién no desearía degustar un clos Montrachet en la comodidad de su hogar, incluso si una botella cuesta lo suficiente como para financiar un proyecto ecológico al otro lado del mundo?
Cuando miramos la historia de los clos, no pasamos por alto la época medieval, ¡una era donde la iglesia por supuesto ejerció un poder nunca visto! Sin embargo, estos cierres de piedra representan un poder terrenal y espiritual. Es la esencia de privatizar la tierra, cuidarla, y devolverle a la comunidad algo de valor: el vino. En términos capitalistas, es la ecuación perfecta: trabajo, inversión, calidad, y un mercado dispuesto a pagarlo. El concepto de 'clos' es una oda al libre mercado mucho antes de que alguien pudiera quejarse de ello.
Claro que los liberales odian oír esto: pero los clos son un ejemplo supremo de la defensa de la propiedad privada. Imagine por un momento lo que significaría derribar esas paredes, colectivizar el esfuerzo, compartir el fruto con quienes no han sudado la gota gorda. Es el sueño socialista inherentemente fallido que innumerables clos han demostrado obsoleto al seguir floreciendo bajo un régimen de propiedad y esfuerzo individual.
La secularización llevó a que estos viñedos cambiaran de manos de instituciones religiosas a individuos privados y, en algunos casos, empresas. La importancia de estos movimientos no es trivial y debería ser una lección de historia para quienes creen que lo público siempre es mejor. Estos campos han demostrado que lo privado puede superar al dominio estatal en eficiencia y calidad.
Los que reniegan de los valores tradicionales deben entender que hay algo profundamente conservador, y por qué no decirlo, tranquilizador, en las disciplinas que dieron vida a los clos. Desde el cuidado minucioso que se pone en cada racimo, hasta la solemne tradición que se sigue a la hora de la vendimia, cada etapa del proceso está imbuida de una narrativa de respeto y devoción por la tierra.
Los cierres son un microcosmos donde el orden y el progreso natural se dan la mano. Mientras que el caos y la confusión parecen ser la regla en muchas de las sociedades modernas, un clos nos recuerda el valor de las normas establecidas y las jerarquías naturales. En el fondo, un clos es más que un viñedo: es un legado. Es un legado que con cada copa que usted degusta, lo transporte momentáneamente a un tiempo donde el progreso, la tradición, y el buen sentido común convivían sin pretensiones.