¡Qué sorpresa! El Tribunal Internacional de Justicia (CIJ) se ha metido de lleno en el conflicto de Israel y los territorios palestinos, algo que debería inquietar a más de uno. Este caso, que ha captado la atención del mundo desde que se desató en La Haya, se centra en la ocupación por parte de Israel de Cisjordania, Gaza y Jerusalén Este. Todo comenzó cuando la Asamblea General de la ONU solicitó una opinión consultiva sobre la legalidad de estas acciones israelíes. Ahora, en pleno 2023, el asunto sigue siendo tan polémico como cuando inició.
Desde que se estableció Israel en 1948, su historia ha sido una historia de resistencia. Resistencia a la constante violencia que amenaza a sus ciudadanos, a los ataques terroristas y, claro, a la condena global que parece reservada solo para ellos. Mientras la CIJ se prepara para revisar esta disputa, vale la pena recordar algunos puntos. Para empezar, Israel afirma que sus acciones son una medida defensiva, una respuesta directa a los ataques perpetuos a su suelo soberano. Al final del día, cualquier nación que valore la seguridad y la soberanía estaría actuando de igual manera.
Claro está, la narrativa liberal generalmente omite detalles cruciales. En lugar de eso, prefieren gritar a los cuatro vientos sobre las «atrocidades de Israel». Ignoran el hecho de que muchos de estos territorios se habrían convertido en estados palestinos si fueran desde el inicio capaces de renunciar a su deseo de destruir a Israel. Pero, ¿quién necesita aceptar la realidad cuando es más sencillo arremolinarse en falacias?
Todo este ruido alrededor del CIJ también se olvida de cómo estos territorios han sido una fuente de misiles contra Israel. Las intenciones palestinas han sido continuamente mostradas a través de sus acciones. Los túneles secretos, los ataques suicidas y los cohetes disparados indiscriminadamente hacia civiles israelíes son muestras claras de un odio irracional que los progresistas prefieren ignorar. En lugar de aceptar que Israel tiene derecho a defenderse, optan por adornar la narrativa tal como les conviene.
En muchos sentidos, Israel ha sido traicionado por la política internacional, donde las condenas son fáciles pero las soluciones reales continúan siendo escasas. A cada tregua rota, el eco de bomberos de la corte sofocan al pequeño estado judío, tildando de brutal cada intento de proteger sus fronteras contra un enemigo común que acecha sin piedad.
Detrás de todo este embrollo legal, hay una serie de realidades incómodas que nadie parece dispuesto a discutir: la corrupción rampante dentro de la Autoridad Palestina, el rechazo de esta a la paz en numerosas ocasiones y cómo la ocupación de estos territorios ha sido una respuesta a décadas de violencia que el mundo ha elegido convenientemente ignorar.
Por paradójico que parezca, incluso una simple votación en el CIJ podría romper este ciclo interminable de un conflicto que se arrastra desde hace demasiado tiempo. Sin embargo, para que eso pase, se necesita de un sentido común que, tal como vemos en los foros internacionales, suele estar ausente. En vez de ceder a la presión exagerada de una narrativa que culpa a Israel de todo, tal vez sea hora de forzar un cambio de perspectiva. Porque en esta saga, aceptar la verdad no parece estar al alcance de todos quienes señalan con el dedo.
Al final, mientras la CIJ analiza cada argumento, una cosa queda clara: Israel no solo está defendiendo su tierra, está en la primera línea, defendiendo su supervivencia misma frente a fuerzas que desean borrarla del mapa. Y el mundo entero sigue observando mientras todavía busca a tientas una solución mágica.