¡Imagínese usted una casa que de la noche a la mañana aparece en las noticias por sus escándalos! "Casa de Incesto" es el nuevo programa de televisión en la mira, y no porque esté abordando temas de cocina o decoración. Fue estrenado el mes pasado en Argentina y se ha convertido en el tema de conversación de todo el país. La idea es llevar a un grupo de personas a convivir bajo el mismo techo y dar lugar a las más increíbles e inmorales interacciones que puedan imaginarse. Todo esto, por supuesto, en nombre del entretenimiento. Sin embargo, lo que vemos en pantalla va mucho más allá de lo que uno podría clasificar como agradable. Y aquí es donde entra la verdadera política: ¿Cómo llegamos al punto de aplaudir el caos y la falta absoluta de valores?
En este programa, vemos una combinación de relaciones interpersonales llevadas al extremo. Hablar de moralidad y de lo que es correcto parece carecer de sentido en "Casa de Incesto". Todo lo relacionado con las conductas y códigos morales se escribe, literalmente, de nuevo. Los participantes están ahí para hacer precisamente lo que todo individuo decente evitaría. Lo triste es que la sociedad parece disfrutarlo.
Los ingredientes de esta fórmula macabra son tan sencillos como polémicos: hombres y mujeres atrapados en un ambiente que fomenta relaciones no convencionales. Pero, ¿qué es lo que realmente está sucediendo aquí? Estamos ante un espejo que refleja uno de los muchos males de la sociedad moderna. Un espectáculo donde la moralidad parece estar ausente, donde las cámaras están siempre listas para captar el momento más sensacionalista.
Hace algunas décadas, la televisión ofrecía un tipo de programación que educaba y ofrecía valores a la audiencia. Hoy, parece que la primordial meta es captar la atención a toda costa, no importando el precio. "Casa de Incesto" es solo un ejemplo de esta tendencia peligrosa. Y por decirlo de alguna manera, los creadores del programa están cosechando lo que sembraron: audiencias gigantes atraídas por la controversia y el shock.
Lo que me lleva a preguntarme, ¿con qué propósito se ofrecen estos espectáculos? Quizás, de manera maquiavélica, para distraer a las masas de los problemas realmente importantes que deberían estarse discutiendo. En una época donde el debate político y social debería ser más incisivo, hemos recreado estadios de circo para seguridad de las audiencias: pantalla gigante y el drama incluido.
La naturaleza humana tiene una oscura atracción hacia lo prohibido, un hecho bien aprovechado por nuestros colegas en los medios de comunicación. Crear un entorno donde los comportamientos más indecentes sean la norma, refleja un síntoma más grande de decadencia moral. "Casa de Incesto" es solo un reflejo del declive social, donde los límites se empujan con orgullo y el caos se celebra.
Y no, claro está, que uno no pueda apagar la televisión o cambiar de canal. Pero como sociedad, elegir los programas que alimentan nuestras vidas es, hasta cierto punto, una medida del estado moral del país en conjunto. Tal vez es hora de que nos preguntemos si queremos que esas historias sean parte de nuestro legado cultural.
Esto no es solo una historia acerca del entretenimiento que buscamos, sino del reflejo de quienes somos y qué valoramos. "Casa de Incesto" es una señal total de advertencia, no un complemento inofensivo de nuestra lista de Netflix. El riesgo aquí radica en algo más que modelos a seguir cuestionables, en realidad arriesgando la muy esencia del tejido moral de nuestras comunidades.
Mientras esta distopía se desarrolla en la pantalla, es crucial que empecemos a preguntarnos si vale la pena vender nuestras almas al diablo por un poco de mala televisión. Para algunos, habría que preguntarse si "Casa de Incesto" es simplemente "lo que pasa por ser entretenimiento ahora" o un grito abierto por revaluar nuestras prioridades y normas sociales esenciales. Y aunque irónicamente parezca, muchas veces, programas así logran atraer la atención, no por lo que proponen, sino por el repudio que generen en aquellos que aún creen que hay líneas rojas claras que no deben cruzarse.