¿Cómo sobrevivir a la 'Carretera Zombie'? Las lecciones de la desidia progre

¿Cómo sobrevivir a la 'Carretera Zombie'? Las lecciones de la desidia progre

Atrapada entre promesas políticas incumplidas y una administración ineficiente, la 'Carretera Zombie' es un monumento al caos de la burocracia mexicana. Descubre cómo se convirtió en una pesadilla urbana.

Vince Vanguard

Vince Vanguard

Prepárate para el paseo más surrealista de tu vida: la Carretera Zombie en Ciudad de México. Imagina una carretera rápida prometida como la solución mágica para descongestionar el siempre abarrotado tráfico de la capital. En este caso tenemos un inspirado proyecto gubernamental que se comenzó a construir en 2016 y nunca se concluyó, dejando un esqueleto abandonado de concreto en medio de una de las ciudades más importantes del mundo. Tal vez se deba a una pésima planeación o a una falta de responsabilidad política típica de los tiempos modernos. Qué sorpresa.

El interminable show de la burocracia mexicana trajo al nacimiento de este proyecto fallido en el municipio de Tlalnepantla, donde una flamante autopista elevada debería haber reducido tiempos de traslados. Sin embargo, como muchas otras grandes ideas, quedó atrapada en un laberinto de demoras, falta de fondos y, claramente, falta de enfoque político. Aquí es donde las visiones utópicas chocan, literalmente, con la realidad. Aparentemente, los responsables del proyecto eran tan visionarios que ni siquiera se tomaron el tiempo de planificar cómo hacerlo funcionar.

Los que alguna vez lo propusieron aseguraban que sería un alivio para los millones de ciudadanos que viven y transitan diariamente por esta metrópoli gigantesca. Pero tan sólo bastaron unos años para que la "Carretera Zombie" se convirtiera en un recordatorio espeluznante de las promesas vacías y la ineptitud. No es otra cosa que un capricho monumental, un fiel reflejo de lo que representa depender de un estado ineficaz.

Entonces, ¿cómo empezó todo esto? Este elefante blanco abandonado a su suerte es el resultado directo de un romance fugaz entre el gobierno de la Ciudad de México y un paquete de concesiones privadas. Se prometió eficiencia, rapidez, un ahorro de tiempo y dinero, pero las cosas parecen haber salido mal desde un principio. Las constructoras implicadas, que en su ansia de obtener su ración del estímulo económico, no calcularon correctamente el tiempo ni los costes del proyecto. Como era de esperarse, las fuentes de financiación se secaron cuando se hizo evidente el costo real del esperpento.

Por supuesto, no podemos dejar de mencionar el impacto ambiental. Originalmente concebida como una autopista verde que supuestamente protegería la naturaleza circundante, su edificación significó una amenaza para el ecosistema de la región. Las políticas medioambientalistas del "Primero la Tierra" se convirtieron en un chiste de mal gusto cuando la urbanización agresiva puso en peligro la flora y fauna locales. Es casi poético: el progreso mal planificado acaba por devorar lo que dijo proteger.

Mientras el esqueleto de concreto de la Carretera Zombie sigue siendo una herida abierta, la responsabilidad del lío va de un lado a otro entre las administraciones. La retórica habitual de "Vamos a arreglarlo" no falta, aunque el tiempo sigue pasando y no hay un plan claro para reiniciarlo o destruirlo. Las prioridades políticas parecen ser otra evidente excusa para tapar el sol con un dedo. Al final del día, el contribuyente es quien sigue pagando por la ineficacia de proyectos que nunca ven la luz.

Pensar que los políticos al mando son aquellos que nos recuerdan constantemente la importancia de votar; sin embargo, aquí estamos, con una carretera que ni va ni viene, dejando a millones de ciudadanos estancados en sus coches, recordándonos cada día por qué el escepticismo hacia los sistemas de gobierno nunca muere. Esto pasa cuando se creen narrativas de fantasía en lugar de exigir resultados sólidos, y entonces, para qué sorprenderse de que la Carretera Zombie se convierta en otro gigantesco ejemplo de cómo los proyectos gubernamentales a menudo se quedan en la promesa, alejados de la realidad.

Por último, es un buen recordatorio de las diferencias de gestión entre lo público y lo privado. Si de algo sirvió, fue para demostrar que los negocios privados, aunque a menudo imperfectos, suelen ser mejores que las soluciones impuestas por los burócratas. Al final, siempre queda la pregunta flotando en el aire: ¿cómo, cuándo y para quién trabajará la Carretera Zombie?