En 1985, Hollywood nos regaló una joya cinematográfica que desata pasiones y mareas de opiniones políticas: Carne y Sangre. Dirigida por Paul Verhoeven, esta cinta es un torbellino de brutalidad medieval protagonizada por Rutger Hauer y Jennifer Jason Leigh. Un film histórico que no se corta ni un pelo a la hora de presentar una imagen realista (es decir, incómoda para muchos) de la Edad Media, todo ocurre en una Europa del siglo XVI devastada por el caos y la corrupción sin título nobiliario. Aquellos abiertos a alegrarse en un mundo de espada y ganancia política encontrarán aquí un menú suntuoso, mientras que las sensibilidades más modernas podrían preferir quedarse en sus cuevas de confort moral.
El gran Rutger Hauer encarna a Martin, un líder mercenario que siente que ha sido traicionado después de haber luchado para un señor feudal que rompe su promesa hacia él y su banda. Nada dice 'realismo medieval' como una traición feudal, ¿verdad? En cualquier caso, la película se teje alrededor de temas políticos, religiosos y territoriales; mostrando que los giros de cuchillo en la noche oscura eran tan frecuentes en esa época como ahora los partidos políticos cambian de dirección.
Primero, hablemos de autenticidad. A diferencia de aquellos que reinventan la historia para adaptarla a sus narrativas, Carne y Sangre nos lleva a una justicia sucia típicamente medieval. Callejones oscuros, lechos de paja sucios y asedios brutales; cada escena es una pizca de realismo que haría rechinar los dientes a cualquiera acostumbrado a las historias azucaradas de Disney. El lema aquí podría ser "la historia es desagradable y por eso también lo es esta película". En lugar de articular pretensiones moralistas de tiempos perdidos, hay vejación honesta de batallas terrenales. Este es un ticket sin regreso al realismo brutal como debe ser.
Veamos más de cerca la trama y lo que plantea. Martin, con una habilidad salvaje para liderar, toma el control de un castillo mientras todo colapsa a su alrededor, incluyendo las nociones modernas de justicia social. El personaje de Jennifer Jason Leigh, Agnes, es el mismo tipo de personaje que podrías esperar provoque discusiones acaloradas. Sin tapujos, Agnes es una ficha en el tablero del juego de poder medieval, su destino atado tanto al deseo de Martin como a sus propios instintos de supervivencia. Mostrando más profundidad que una simple doncella en apuros, sirve como una crítica al hipotético purismo que imagina que la gente históricamente siempre jugó según las reglas. Y vaya nota: no las tenían.
La película desafía, por no decir desarticula, nuestra percepción de los viejos tiempos, exponiendo las duras leyes de la tierra antes de que la censura de lo políticamente correcto decidiera qué es lo que podemos mostrar y decir. Ahora, seamos claros: este no es un cuento de caballeros con corazoncitos palpitantes. Aquí hay sangre, sudor, y lágrimas de campesino válidas por cada moneda de oro. ¡Ah! Y de certeza valdría recordar a esos que insisten en formular la historia con el prisma actual que nuestra bienaventuranza se debe a luchas pasadas revestidas de sudor y cicatrices.
Con una dirección que utiliza el contraste entre la luz y la oscuridad, tanto literal como figurativa, Paul Verhoeven entrega en Carne y Sangre un mensaje contundente de consecuencias y guerra en lo salvaje. Políticamente inspiradora, con el pretexto de un análisis despectivo distinguiendo lo que se ‘debe’ de lo que ‘es’, la insistencia en redefinir conductas parece más absurda. Claramente, es mejor enfrentarlo de frente y sin una gota de agua tibia que dudar en el borde del mal guardado silencio.
A los que prefieren sofisticaciones más políticamente cargadas o narrativas de salvación universal, se les podría encontrar incómodos en el escenario honesto que esta película ejecuta. Pero seamos justos: no todo es fábula ni cuentos de hadas. A algunos les cuesta enfrentar la cruda verdad intemporal que presenta Carne y Sangre, donde el orden del día era simplemente vivir otro aliento. Una historia que desafía el idealismo con el que muchos escritores de la simplificación histórica prefieren colorear sus periódicos óseos.
En última instancia, la riqueza de Carne y Sangre yace en el recordatorio de que el contexto histórico fue cruel y desordenado. Es fácil señalar a los personajes de la Edad Media con la vara moderna, olvidando que en cualquier capullo social robado de aquellos tiempos, uno podría tartamudear por cada atisbo de justicia poética gruesa que esta película tan espléndidamente explota. ¡Así que atención a la historia realista y despierte del delirio histórico preparado! Puede que no esté en las estanterías de las retransmisiones moralistas modernas, pero para aquellos con sus propias mentes y alguna pasión por el contexto verdadero, es un cofre del tesoro que vale la pena explorar. Los castillos y tomas de espada de nuestra saga merecen contemplarse al calor de agudezas más maduras y observaciones directas que cualquiera que pase por las aguas tibias podrá encontrar... quizás si tan solo pudiera salir de la burbuja y atreverse a mirar.