¿Acaso el Canal Blanche es ese agujero negro de hechos incómodos del que todos huyen? Canal Blanche, o "Canal Blanco," es un canal de 17 kilómetros situado en el oeste de Francia, y se construyó a mediados del siglo XIX como parte de una red más amplia que pretendía facilitar el comercio desde el interior del país hasta las bulliciosas costas atlánticas. El gobierno francés de la época invirtió grandes cantidades de recursos en el proyecto por la promesa de un renacimiento económico que nunca se materializó completamente.
Hablemos claro, esa es la historia que muchos preferirían que se mantuviera oculta, porque trastoca la narrativa multicolor sobre el progreso humano. ¿Quién puede mirar con una sonrisa al Canal Blanche cuando es un recordatorio palpable de las promesas incumplidas por la planificación centralizada? Ese es el tipo de historia que NO quieren contar las guías turísticas ni los libros de texto. Y por supuesto, cuesta poquito que adivines quiénes fueron los promotores y los grandes beneficiarios de esta dudosa aventura.
Para empezar, los burócratas de París pensaron que una red de canales sanearía la economía, algo así como una cura mágica para la salud financiera regional. Sin embargo, como muchas otras veces, la realidad desmentió las esperanzas ampulosas. El Canal Blanche fue eclipsado rápidamente por el auge del ferrocarril, y aunque quedó en funcionamiento para ciertos transportes menores, quedó muy por debajo del previsto impacto. ¿Me pregunto qué les dirían a los pueblos que habían esperado tanto por ese renacer industrial al que nunca llegaron?
Claro, a lo largo de los años, el canal ha encontrado pequeñas áreas de utilidad, como la navegación recreativa y el turismo provincial. Pero, seamos francos, eso no suple las pérdidas económicas iniciales ni justifica las centenas de obreros que trabajaban azotados por las inclemencias del tiempo. El Canal Blanche es un monumento al adoctrinamiento del "gran gobierno", un ejemplo fascinante de cómo tiene preferencia el grupo sobre el individuo, incluso cuando el grupo va a la deriva.
Desde el prisma de un conservador, la historia del Canal Blanche es una moraleja contra la intrusión del gobierno en la economía. Es una lección que aboga por la libertad de los mercados para encontrar su propio equilibrio. Con el canal, sucede que el panorama era demasiado arriesgado para dejarlo en manos de burócratas. Las inversiones deben provenir de la lógica del mercado, y cuando no es así, terminamos con infraestructuras inmensas que no lograron su propósito. Más relevante aún es reflexionar sobre las causas y las cosas que el canal no contempló y cómo el mecenazgo estatal sin claras estrategias termina en lo que ves hoy.
No hay que ser un genio para ver que, incluso hoy, las políticas centralizadas y las expectativas infladas continúan vigentes. Muchas veces los proyectos son diseñados más por razones políticas que por verdaderas oportunidades económicas. Eso pone piedras en el camino del emprendedor que busca abrirse paso sin amarre.
Es posible que algunos intenten transformar la historia del Canal Blanche en un relato positivo de cohesión y progreso. Pero hay escepticismo saludable en permitir que esa narrativa se imponga sin cuestionamiento. Es fundamental tener una lente crítica sobre este tipo de aventuras, simplemente para discutir cómo y cuándo podría repetirse esta historia, a menudo disfrazada de mejora social.
Un elemento crucial en este laberinto es entender la sobreesencia del progreso local frente al nacional. Ahora, por si fuera poco, los que viven alrededor del canal han vuelto el espacio una modesta atracción turística, intentando arrancarle algún rédito. Pero las expectativas se quedaron como las aguas del canal: estancadas.
La comunidad local de hoy intenta adaptarse, encontrando una manera de volver esta carga en alguna pequeña ganancia, mostrando con orgullo las vistas y narrando la historia con un toque de perseverancia. Pero una vez que las cortinas se abren y la verdad sale a la luz, queda confirmado lo sospechado: no todos los sueños de grandeza se imponen como hechos históricos favorables.
El Canal Blanche sigue en pie, reflejando uno de esos ejemplos donde el coste superó cualquier beneficio previsto por unas decisiones gubernamentales sin fundamento sólido en las necesidades del mercado.