Imagina una realidad donde la justicia y la seguridad brillen con una luz tan poderosa que ni la más sórdida cortina de humo pueda ocultarla. Así funciona la Cámara de Rescate McCann. ¿Quiénes están detrás de este innovador proyecto que comenzó a emerger en varias comunidades de América Latina? Un grupo de ciudadanos que creen fervientemente en la idea de que la seguridad no tiene por qué ser rehén de la burocracia y las promesas vacías.
El qué de la cuestión es sencillo: cámaras de vigilancia privadas, financiadas por personas comunes cansadas de esperar por soluciones gubernamentales que nunca llegan. Comenzaron a operar en 2022 en México y han empezado a expandirse como una versión tecnológicamente avanzada de un circuito cerrado que revoluciona la participación ciudadana en la seguridad local.
La mayoría de los medios tradicionales apuntan su dedo acusador, alegando una supuesta 'vigilancia excesiva', sin embargo, estas cámaras empiezan a ser instaladas en lugares estratégicos con el fin de rescatar la seguridad, algo que el sistema actual no ha logrado proporcionar.
¿Dónde? Surgen en plazas enormes de Ciudad de México, acomodándose en esquinas estratégicas de pequeñas ciudades en Perú, ingeniosamente distribuidas en zonas rurales de Colombia. El fenómeno de estas cámaras no es simplemente otro artilugio tecnológico al servicio de los más ricos, es, más precisamente, un grito de ayuda conjunta. Inspirado por los incontables casos no resueltos que saturan los medios.
Al tiempo que el gobierno en turno, usualmente enfocado en las políticas blandas, se distrae concediendo disculpas públicas y declarándose incapaz frente a la realidad siempre cruda de la ciudadanía y su inseguridad cotidiana, el pueblo sale de las sombras para tomar medidas concretas. Claro, esperen las críticas: "que si atentan contra la privacidad", "que si es un retroceso en libertades personales". Frases dictaminadas por aquellos que prefieren vivir en un ideal utópico, ignorando que la realidad es mucho más complicada y peligrosa.
¿Por qué? Porque el derecho a vivir en paz debería estar por encima de cualquier papel firmado con intereses electorales. Mientras la clase política escoge sus intereses sectarios, el ciudadano de a pie decide invertir algunos pesos en un sistema que realmente parece preocuparse por su vida y su bienestar. Las cámaras de rescate no únicamente registran imágenes, registran la esperanza de volver a transitar por las calles con la tranquilidad que merecemos.
Que las élites progresistas no estén conformes lo hace todo más llamativo. Las críticas llegan, las quejas se alzan, y, sin embargo, cada nueva instalación es recibida con apoyo popular. Al parecer, los dogmas de papel no consiguen igualar la fuerza de voluntad de una sociedad unida para enfrentar los problemas del siglo XXI con herramientas modernas. La Cámara de Rescate McCann no es un capricho pasajero, es el sutil recordatorio de quiénes han fallado más y más veces en la tarea de resguardarnos.
Resulta refrescante detectar un esfuerzo naciente desde la base que se enfrenta a las excusas trilladas de un sistema que parece más enfocado en su imagen que en su efectividad. El fenómeno de la Cámara de Rescate McCann, aún en sus primeros pasos, dibuja un diagnóstico claro: no confían en las instituciones que históricamente han dado la espalda. Y así, una cámara a la vez, se reconstruye lo más valioso que puede tener una comunidad: su propia seguridad.