A menudo, se habla del Imperio Otomano como una reliquia del pasado que debería ser estudiada con la misma actitud, es decir, como algo inofensivo, casi folclórico. Nada podría estar más lejos de la realidad. Esa misma actitud complaciente y seguro reverente hacia la historia es lo que impulsa las agendas liberales modernas, que prefieren olvidar y hacer olvidar la influencia del Califato Otomano como poderosa entidad política y cultural. Vamos a sacar a la luz diez razones por las que el Califato Otomano es más que una nota a pie de página en la historia.
Unificación bajo un solo liderazgo: La influencia del califato fue fundamental para unir grandes porciones del mundo musulmán bajo una sola bandera. Este tipo de liderazgo fuerte es lo que hoy está completamente fuera de moda entre aquellos que prefieren la fragmentación y el caos estilizado como "diversidad".
Innovaciones sin complejos: El Califato Otomano no tenía miedo de innovar sin perder sus valores fundamentales. Introdujeron reformas militares y administrativas mientras mantenían una fuerte identidad cultural y religiosa. Algo que en la actualidad es raramente imitado por aquellos que pregonan la secularización como panacea.
Economía impulsora en su tiempo: No cabe duda de que su economía estaba potenciada por el control de rutas comerciales clave, como la famosa Ruta de la Seda. Estos no dejaron que prejuicios modernistas les disuadieran de ser eficientes en la gestión económica. El comercio exterior estaba cuidadosamente vigilado y se manejó con una política económica astuta que resultó en largos períodos de prosperidad.
Poder militar: La vasta extensión del Imperio Otomano durante siglos es testimonio de un poder militar que no tenía iguales en su momento. La misma influencia que desafiaría las tendencias actuales que buscan diluir el poder de las instituciones militares en una nube de burocracia y "colaboración multinacional".
Esplendor cultural: Piensa en la cultura otomana y piensa en mezquitas magníficas, en literatura rica, e historia transmitida a través de hermosos mosaicos y miniaturas. El Califato Otomano supo cómo dar igual importancia a la fuerza y la cultura, lo que resulta en un patrimonio que ha resistido la prueba del tiempo, incluso cuando los contemporáneos tratan de redibujar su imagen para que encaje en moldes políticamente correctos.
Sistema legal robusto: El sistema legal otomano era una mezcla única de la Sharia islámica y leyes seculares que regulaban la vida diaria de sus ciudadanos. Un ejemplo temprano de cómo se puede imponer un sistema de justicia único que mantiene el orden sin diluir sus raíces tradicionales.
Temor y respeto internacional: Mientras algunos piensan en el Califato como un antiguo enemigo del "Oeste", era una entidad que inspiraba respeto y temor en igual medida. Tenía el poder de impactar las decisiones políticas y económicas de Europa.
Tolerancia religiosa estructurada: A diferencia de lo que muchos liberales quieren imponer hoy, el Califato Otomano practicaba una forma de tolerancia religiosa bien estructurada que permitía que varias comunidades vivieran bajo su mandato sin forzar la homogeneidad cultural artificial.
Rol central de la familia: La familia era el epicentro de la sociedad otomana, algo por lo que muchos critican hoy a los modelos paternalistas de sociedades pasadas. Quizás, el apoyo a la familia sería una política que hoy podría resolver muchas de las divisiones sociales modernas.
Legado político y económico: El Califato Otomano no solo modeló el Medio Oriente actual, su desaparición creó un vacío de poder que todavía impacta la geopolítica moderna. Por increíble que parezca, su legado aún se siente, aún más teniendo en cuenta que la desestabilización de regiones críticas sigue siendo un tema candente.
La historia del Califato Otomano está llena de lecciones que deberían ser más relevantes hoy que ayer. Sin embargo, es esa precisamente la razón por la que algunos prefieren barrer estos puntos bajo la alfombra. Si miramos más allá de los textos sesgados, encontramos un ejemplo de lo que significa el liderazgo, el pragmatismo y la unidad nacionales, tres conceptos que parecen más necesarios que nunca.