Si creías que los héroes políticos necesitaban exposición mediática y redes sociales para influir, no conoces a Brent Scowcroft. Este ilustre estratega se movió entre las sombras del poder y dejó su huella de una manera que hoy en día sería intolerable para algunos modernos opinólogos. Scowcroft, nacido en Utah en 1925, se convirtió en un legendario asesor de seguridad nacional de los presidentes Gerald Ford y George H.W. Bush, jugando un papel clave en la política exterior durante uno de los periodos más convulsos de la historia estadounidense: la Guerra Fría y sus consecuencias.
¿Quién era Brent Scowcroft? Para empezar, un hombre que sabía cómo se hacía realmente la política. Quizás no lo sabías porque no lo encontrabas twitteando sobre sus logros. No; Scowcroft se dedicó a diseñar estrategias de seguridad con precisión quirúrgica. Un militar de carrera con una comprensión del escenario global que dejó a más de un líder mundial buscando su teléfono en busca de consejo. Lidió con diktats geopolíticos y maniobró entre complejidades diplomáticas con una elegancia que algunos de sus críticos nunca podrían emular.
Como halcón en un nido de palomas, Scowcroft fue una fuerza impulsora detrás de la contención militar y la política exterior realista durante y después de la Guerra Fría. Defendió el mantenimiento de la fuerza militar estadounidense en Europa y la contención de la expansión soviética, sabiendo exactamente lo que los Estados Unidos necesitaban para mantener su posición en el mundo. Fue un arquitecto en la orquestación de la Primacía Americana, y su estilo realista influyó en una generación de políticas conservadoras. Sabía que la diplomacia no solo consistía en estrechar manos; se trataba de llegar a acuerdos que protegieran a su nación.
Cuando el Muro de Berlín cayó, Scowcroft estaba ahí, tomando decisiones que estabilizarían Europa durante una transición sin precedentes. Entendía que, a veces, la mano dura era la única opción para garantizar el orden. El fin de la Guerra Fría no ocurrió sin Scowcroft moviendo las piezas de este ajedrez global, supervisando una suavidad que muchos querían amargar.
Lamentablemente, su estilo directo y práctico no siempre complació a aquellos que preferían los discursos pomposos en lugar de la acción efectiva. Scowcroft fue un defensor declarado de intervenir en el Golfo Pérsico durante la Operación Tormenta del Desierto, una decisión que algunos critican desde la comodidad de sus sofás. No era ajeno a la controversia, pero enfrentaba las críticas con documentos, inteligencia y una fuerza de convicción inspiradora.
La influencia de Scowcroft trascendió generaciones políticas. Forjó el camino para líderes sagaces como Condoleezza Rice y Stephen Hadley, quienes siguieron su legado de liderazgo fuerte y pragmático. Aunque podría no haber estado bajo los reflectores, su influencia estaba en todos lados, se manifestaba en cada esquina de la seguridad nacional y política exterior de los Estados Unidos, aquí y allá en reuniones discretas y cables diplomáticos.
Incluso durante la administración de George W. Bush, Scowcroft no tuvo reparos en expresar sus puntos de vista críticos cuando no estuvo de acuerdo con la dirección en que se conducía el país. Publicó un artículo en el New York Times donde articuló su oposición a la guerra de Irak, una movida arriesgada pero que enfatizaba su compromiso con los principios de una política exterior sensata.
Es irónico que muchos que adoraron a Scowcroft por su arte de la política también traten de invalidarlo en la actualidad. Su enfoque pragmático es como una bofetada para quienes prefieren las promesas vacías a los resultados tangibles. Su legado es de aquellos que pueden manejar la mezcla compleja de compasión y fuerza, en lugar de ceder al pandering político sin sustancia.
Brent Scowcroft representó una era dorada donde los consejeros de seguridad nacional valoraban el análisis meticuloso, las decisiones bien pensadas, y un compromiso inquebrantable con el bienestar americano. Admirado o criticado, ninguna otra figura institucionalizó tanto la seguridad nacional estadounidense en las últimas décadas del siglo XX como él. En su mundo, donde pocos entendían la intrincada trama de la política global, Scowcroft era un verdadero guía: un hombre que sabía que las acciones hablaban más fuerte que cualquier conferencia de prensa rimbombante.