¿Quién dice que no quedan héroes a la antigua en este mundo moderno? Pues Bob Rogers, un oficial valiente de la Fuerza Aérea Sudafricana (SAAF), es el tipo de hombre que haría que cualquier progresista se lo piense dos veces. Nació el 7 de febrero de 1924 en Muswell Hill, Londres, pero su destino lo llevó a escribir una historia de valentía y convicción en un continente muy diferente. Este hombre se unió a la SAAF durante la Segunda Guerra Mundial, sirviendo con un sentido del deber que parece anticuado en estos tiempos donde prima el relativismo moral.
Comenzando su recorrido en el servicio militar en una era que, para muchos, simboliza lo mejor de nuestra civilización occidental, Rogers participó en numerosos combates y misiones. Sirvió hasta el año 1957, extendiendo una carrera caracterizada por la disciplina y el respeto por el deber, virtudes que parecen perderse en la bruma de las agendas actuales. A lo largo de su servicio, Bob Rogers no solo demostró su capacidad como piloto sino también como un líder formidable, algo que falta tanto en muchos de aquellos que hoy se llaman líderes.
Rogers se distinguió durante la Campaña del Este de África, una etapa crucial del conflicto. Su valentía fue tan penetrante como su experiencia. Pero no solo se retiró como un oficial distinguido; al dejar las fuerzas, decidió seguir sirviendo a su comunidad en diversas funciones públicas. A diferencia de los discursos vacíos que se oyen hoy, Rogers actuó.
Más aún, en 1944, Bob Rogers fue galardonado con la prestigiosa Cruz de Vuelo Distinguido por su destacada actuación. Esta condecoración no es algo que se concede porque sí. Se requiere audacia, algo difícil de encontrar en un mundo que muchas veces premia la indecisión y el foco en lo políticamente correcto. Su habilidad para liderar misiones complejas habla de un hombre de intrepidez y aguda inteligencia.
Es notable cómo algunos en la izquierda tienden a menospreciar las contribuciones de aquellos como Rogers que, con su ética de trabajo implacable y una brújula moral firme, han construido el piso sobre el cual hoy pretendemos pararnos. Su desempeño no solo en la guerra sino en la paz, es algo que todos deberíamos admirar, aunque algunos prefieren enfocarse en agendas que, lejos de unir, dividen.
Con Rogers, uno tiene la prueba de que las acciones valen más que mil palabras, un recordatorio de tiempos cuando la responsabilidad individual era un estandarte. Hoy, parece que estamos más interesados en el autoengaño de la posmodernidad. Rogers es también un ejemplo de la fortaleza frente al cambio: el suyo fue un tiempo de altibajos globales, sin embargo, su compromiso no titubeó.
A lo largo de su vida, Rogers abrazó valores que muchos han dejado de lado. Su habilidad para manejar no solo el control de un avión sino también la complejidad humana es lo que define a un verdadero líder. Esto lo emplaza en ese selecto grupo de individuos que trascienden el tiempo.
Sin duda, Bob Rogers fue un hombre antes de su tiempo, un héroe cuyas atracciones no se limitan a sus logros militares, sino a su servicio inquebrantable a su comunidad. Pese a los cambios políticos y sociales de su entorno, él se mantuvo fiel a sus principios; un ejemplo de que no todos doblamos las rodillas ante las presiones de modas pasajeras.
Así que, mientras algunos escriben historias de progresismo sin pausa, deberíamos recordar que los pilares de nuestras libertades modernas han sido construidos y defendidos por gigantes como Rogers. Un legado que ni siquiera el huracán del revisionismo histórico podrá borrar.