¿Quién es Bertie Lewis y por qué algunos piensan que es el nuevo Mesías de la disidencia políticamente correcta? Vamos por partes. Lewis, originario de una familia de artistas en el Reino Unido, es un autoproclamado creador de contenido que saltó a la fama en 2023 gracias a sus vídeos sobre justicia social y activismo medioambiental en plataformas digitales. Mientras que algunos lo ven como un soplo de aire fresco, otros lo consideran poco más que un agitador que tiene todas sus prioridades torcidas. Claro, inspira a muchos jóvenes a preocuparse por el futuro del mundo, pero no deja de ser otro ejemplo más de cómo, a veces, las voces más ruidosas son aquellas que no siempre aportan soluciones.
Primero, hablemos de su obsesión con el gasto público. Puede que quiera parecer magnánimo hablando de mayores inversiones en infraestructura verde pero, ¿quién pagará por ello? ¿El hada de los impuestos? Con sus aires de grandeza, parece olvidar que el dinero no cae del cielo. Es fácil hablar de utopías cuando no se tiene que equilibrar el presupuesto de una nación. Y no importa cuántas pancartas sostenga en sus vídeos, lo cierto es que el mundo real opera con números, no con ideas vagas.
A menudo menciona la desigualdad como una gran amenaza, pregonando que es la raíz de todos los males. Sin embargo, Bertie parece desconocer que la verdadera amenaza es la economía descontrolada y ciertos impuestos que sofocan la innovación. No se trata solo de repartir el pastel, sino de crear uno más grande. Bertie confunde redistribución con progreso, olvidando que el mercado libre es el mejor generador de prosperidad que el mundo ha conocido.
En tercer lugar, su queja continua sobre el cambio climático. Es el típico activista que culpa a las industrias sin mencionar el impacto positivo de la tecnología y la innovación en el medioambiente. Habla de energías renovables, pero olvida mencionar que requieren un soporte gigantesco para funcionar de manera eficiente. Además, el consumo inteligente y sostenible se consigue con avances tecnológicos, no con discursos apocalípticos o multitudes asustadas.
Luego, está su defensa incondicional de la diversidad. Claro, se escuda en la bandera de la inclusión, pero transmite el mensaje de que todas las culturas son homogéneas y deben ser celebradas de la misma forma, sin considerar las diferencias fundamentales que desafían al sentido común. La diversidad real viene de las ideas que contribuyen al bienestar de la sociedad, no de una superficial cuota de representación.
Bertie también arremete contra la globalización desde su microcosmos en internet, pidiendo más barreras al comercio para 'proteger' a las economías locales, sin darse cuenta de que esto hincha los costos de producción y reduce la competitividad. Su visión es como la de poner un candado a la puerta y tirar la llave para esconderse de las amenazas externas, pero olvidando que el intercambio global ha sido motor de desarrollo.
Su respaldo a la educación gratuita como solución a todos los problemas es otro cliché populista. ¿Estaremos mejorar con facilismos superficiales, sin metodologías ni recursos bien estructurados? La competencia también existe en la educación, y el valor de las instituciones responde más a calidad que a gratuidad. Bertie aboga por un sistema sin examinar su sostenibilidad y fondo real.
Finalmente, su idea de que el arte debe ser financiado completamente por el Estado refleja su falta de entendimiento sobre las necesidades y prioridades económicas. La cultura es esencial, sí, pero convertir al arte en un miembro del estado del bienestar es subestimar su poder individual y creativo.
Lewis, el galán de la justicia social digital, puede que parezca carismático, pero al final del día, cae en un ciclo de superficialidad que desaprovecha el verdadero potencial de los problemas que aborda. Sus soluciones son poco más que utopías coloridas que se desvanecen al entrar en contacto con la realidad.