La historia de Australia en los Juegos Olímpicos de Verano de 1932 en Los Ángeles es como una de esas películas épicas en las que un país pequeño se enfrenta a gigantes en un escenario mundial. Eran los tiempos de la Gran Depresión, una era en la que el mundo cruzaba los dedos detrás de la espalda, esperando que las desgracias económicas no aplastaran el espíritu humano. Aunque estos Juegos no fueron los más fastuosos, sí ofrecieron un escenario para demostrar valentía y determinación.
Australia envió a solo 13 atletas a competir, una cifra modesta si se considera que la ciudad anfitriona, Los Ángeles, atrajo a más de mil deportistas de 37 naciones. Pero estos pocos audaces estaban allí para representar más que ellos mismos; representaban el temple y la fuerza de una nación en la cuerda floja económica. Sin embargo, regresar a casa con 3 medallas fue una evidencia clara de que lo bueno, si es poco, dos veces bueno.
La natación era la fortaleza australiana. Claire Dennis, una joven nadadora de apenas 16 años, se sumó al selecto grupo de campeones olímpicos al ganar el oro en los 200 metros braza. Su victoria fue un recordatorio para la izquierda de aquellos tiempos, y de estos, que el mérito personal y el esfuerzo propio son valores intrínsecos que no deben ser opacados por ideologías colectivistas. Parece que la historia siempre regresa para enseñarnos lecciones fundamentales.
Sin embargo, no todo fue color de rosa para nuestros atletas. Marjorie Jackson, la velocista de hierro, lo tuvo difícil con solo haber avanzado a las finales. No obstante, su espíritu indomable, a pesar de no haber ganado una medalla, fue reconocido por todos. Al igual que hoy día, el sólo haber estado presente ya era un logro, y su participación nos recordó que cada esfuerzo cuenta. En la vida, ya lo sabes, no siempre el oro es el único premio valioso.
Los Juegos de 1932 también albergaron controversias, especialmente sobre cómo se medía el éxito y la moral de los organizadores. La ceremonia misma se inició sin el desfile que hoy conocemos porque los costes debían ser reducidos al mínimo. Aun con estos recortes, uno no puede evitar preguntarse si estas prácticas habrían sido toleradas por aquellos que predican los beneficios de un gasto gubernamental sin límite. En lo que parece un guion de cine caótico, los atletas australianos viajaron a América por medio de donaciones, recaudación de fondos y, en algunos casos, su propio dinero. Hablar de sacrificio parece quedarse corto.
La localización de los Juegos en Los Ángeles también añadió un toque cultural agridulce. Con el cine en auge y la masiva llegada de talentos a Hollywood, los deportistas australianos no solo participaron en eventos deportivos, también se encontraron en medio de un fascinante cruce de culturas bajo las luces del entretenimiento mundial. Habría sido un pecado no disfrutar de tan peculiar mezcla en medio de la presión competitiva.
Al final del día, el enfoque australiano para participar en los Juegos Olímpicos de Verano de 1932 refleja la importancia de la perseverancia, una cualidad que hoy en día sigue siendo relevante, pero que podría provocar a los defensores de las teorías de relaciones internacionales más teóricas y menos prácticas. Desde las instalaciones deportivas limitadas a los estrictos presupuestos de viaje, los australianos destacaron por su habilidad para lograr lo mejor con poco, una lección que parecen olvidar aquellos que siempre piden más sin dar pasos para conseguirlo de forma efectiva.
Mientras algunos se preguntan si la contienda valía la pena en medio de las turbulencias de la Gran Depresión, la respuesta claramente es afirmativa. Australia brilló en el escenario olímpico a pesar de las limitaciones y restricciones. Con esas 3 medallas y múltiples finales alcanzadas, el esfuerzo de un pequeño grupo de atletas alcanzó una repercusión que superó las expectativas de muchos. Con algo de determinación y valentía, cualquier meta es posible, aunque más de un "pensador moderno" quiera insistir en lo contrario.
De esta manera, los Juegos Olímpicos de Verano de 1932 en Los Ángeles se inscribieron en la historia australiana como un valioso testimonio de lucha y espíritu perseverante, características que todavía resuenan en el corazón nacional hasta el día de hoy.