Los Juegos de Atletismo de 1990: Un Golpe a la Sensibilidad Progresista

Los Juegos de Atletismo de 1990: Un Golpe a la Sensibilidad Progresista

Los Juegos Centroamericanos y del Caribe de 1990 en Ciudad de México destacaron la competencia feroz y la meritocracia en el deporte, desafiando las narrativas políticamente correctas.

Vince Vanguard

Vince Vanguard

Los Juegos de Atletismo de 1990: Un Golpe a la Sensibilidad Progresista

¡Prepárense para una historia que hará que los progresistas se retuerzan en sus asientos! En 1990, los Juegos Centroamericanos y del Caribe se llevaron a cabo en Ciudad de México, un evento que reunió a atletas de toda la región para competir en una variedad de disciplinas deportivas. Este evento, que tuvo lugar del 20 de noviembre al 3 de diciembre, fue un espectáculo de talento y determinación, pero también un recordatorio de cómo el deporte puede desafiar las narrativas políticamente correctas que tanto adoran algunos.

En un mundo donde la corrección política intenta suavizar cada esquina, los Juegos de 1990 fueron un recordatorio de que el deporte es, y siempre será, una arena de competencia feroz. Los atletas no estaban allí para hacer amigos o para promover una agenda social; estaban allí para ganar. Punto. Y eso es algo que a muchos les cuesta aceptar. En un evento donde la meritocracia es la regla, no hay espacio para las excusas ni para las cuotas. Los mejores ganan, y los demás simplemente no lo hacen.

La Ciudad de México, con su altitud desafiante, fue el escenario perfecto para poner a prueba la resistencia y la habilidad de los competidores. Los atletas que llegaron a la cima lo hicieron porque trabajaron más duro, entrenaron más fuerte y, sí, porque eran los mejores. No porque alguien les dio un pase libre por razones de diversidad o inclusión. Este es el tipo de realidad que hace que algunos se sientan incómodos, pero es la verdad pura y dura.

El evento de 1990 también fue un recordatorio de que el deporte puede ser unificador, pero no en la forma en que algunos quisieran. No se trata de unir a todos bajo una bandera de igualdad forzada, sino de unir a las personas en la admiración por el talento y el esfuerzo. Los espectadores no estaban allí para aplaudir la diversidad; estaban allí para ver quién cruzaba la línea de meta primero, quién lanzaba más lejos o quién saltaba más alto. Y eso es algo que trasciende cualquier agenda política.

Los Juegos de 1990 también sirvieron para mostrar que el deporte es una de las pocas áreas donde la competencia real todavía importa. En un mundo donde se premia la mediocridad y se celebra la participación por encima del logro, el atletismo sigue siendo un bastión de excelencia. Los atletas que compitieron en Ciudad de México no estaban allí para recibir medallas de participación; estaban allí para ganar, para ser los mejores, y eso es algo que debería ser celebrado, no criticado.

Así que, mientras algunos intentan transformar el deporte en una plataforma para sus propias agendas, los Juegos Centroamericanos y del Caribe de 1990 nos recuerdan que el verdadero espíritu deportivo no tiene nada que ver con la política. Se trata de competencia, de esfuerzo y de ser el mejor. Y eso es algo que, nos guste o no, nunca cambiará.