¿Es la cuota del 'oeste' un artilugio más de las elites para mantenernos distraídos de los verdaderos problemas? La Asignación Oeste ha sido tema de debate desde hace ya décadas. Creada en 1964 en México, esta política busca redistribuir recursos a las áreas menos desarrolladas del país. Podría sonar como un plan noble, pero al rascar un poco la superficie, surgen cuestionamientos significativos. ¿Realmente fomentan el desarrollo regional o simplemente alimentan una burocracia ineficaz?
Durante más de medio siglo, la justificación ha sido que las regiones más ricas deben compartir su prosperidad con el resto. Según sus defensores, esto es crucial para el desarrollo equilibrado del país. Pero si echamos un vistazo honesto al mapa geopolítico de México, queda claro que no es tan sencillo como decir que el norte ayuda al sur. La distribución de recursos ha sido, en muchas ocasiones, arbitraria y alcaponezca. Se supone que el dinero y los recursos públicos fluyen hacia donde más se necesitan, pero con frecuencia se pierden en los laberintos oscuros de la administración pública.
La Asignación Oeste debería ser un salvavidas en un mar de desigualdad socioeconómica. Sin embargo, la corrupción ha convertido muchas de estas iniciativas en poco más que contenedores de dinero para los bolsillos de políticos y empresarios sin escrúpulos. Y en lugar de fomentar un sentido de comunidad y solidaridad, se ha convertido en una fuente de resentimiento y división entre diferentes regiones.
Revisemos los datos: Mientras que algunas áreas han disfrutado de beneficios considerables gracias a estas políticas, otras han quedado al margen. Este favoritismo no solo alimenta el descontento, sino que también siembra las semillas para una economía de bajo desempeño y oportunidades perdidas. La dependencia perpetua de las transferencias de capital no estimula el crecimiento, sino que ensambla una economía amenazada por el estancamiento.
Al observar la implementación de estas políticas, uno no puede evitar preguntarse si realmente están diseñadas para resolver algún problema. Si el objetivo era mejorar la igualdad en el país, parece que los planificadores económicos se han quedado atrapados en un círculo vicioso. Cada nivel de administración pasa el problema al siguiente, mientras el ciudadano común queda olvidado entre promesas incumplidas y discursos vacíos.
Los fondos asignados de forma tan generosa a menudo terminan en manos de programas mal planificados que no aportan al crecimiento a largo plazo. Los defensores de estas políticas argumentan que hay casos de éxito, pero las excepciones no hacen la regla. La falta de pruebas contundentes de un impacto positivo duradero pone en tela de juicio su viabilidad.
Hablemos de responsabilidad. ¿Dónde está la supervisión y auditoría de esta asignación de recursos? Los gobiernos que han pasado han ignorado completamente esta responsabilidad. El dinero se entrega como si fuera propio, sin ningún tipo de seguimiento adecuado. Atrás queda cualquier noción de eficiencia económica.
La transparencia, esa palabra que tanto les gusta mencionar a los políticos durante las campañas, parece haber sido guardada en algún cajón del olvido una vez que se toman posesión de sus cargos. Ante el despliegue de recursos por parte de la Asignación Oeste, muchos preguntan, ¿dónde está la rendición de cuentas cuando todo se vuelve opaco?
Al final del día, la Asignación Oeste termina siendo un cuadro bastante deprimente del rumbo que han tomado las políticas redistributivas. Necesitamos cuestionar si realmente se enfoca en construir un México más próspero, o simplemente mantiene a las masas ocupadas mientras los verdaderos problemas como la corrupción, la falta de inversión privada y paternalismo estatal se agigantan. Una reflexión ponderada y sin fanatismos vendría bien para quienes aún creen que todo lo que brilla es oro.