El asesinato de Mohamed Shafiqul Islam no es solo un caso más en una lista interminable de crímenes mal manejados. Es un reflejo desolador de la ineptitud y corrupción que a menudo se encuentran en el sistema. Mohamed Shafiqul Islam fue asesinado el 15 de agosto de 2023 en el corazón de Nueva York, una ciudad emblemática que se jacta de su diversidad y seguridad, pero que también es el escenario de sus propias sombras. El hombre, conocido por ser un trabajador inmigrante honrado, fue víctima de un brutal ataque que terminó en su muerte. Las circunstancias apuntan a un acto premeditado y cobarde, y aunque algunos prefieren enterrar los detalles, no podemos hacer la vista gorda ante tales injusticias.
Mientras las autoridades locales iniciaban una investigación, no tardaron en surgir los problemas. La burocracia interminable y la apatía general hacia las vidas de los inmigrantes complicaron la búsqueda de respuestas. Aquí es donde debemos ser francos: la falta de acción y la indiferencia no solo fallan a las víctimas y sus familias, sino que socavan la confianza pública en nuestras instituciones.
Uno no puede evitar preguntarse por qué este caso no recibió la atención que merecía. En un mundo ideal, cada vida importa igual, pero en la práctica, ciertos casos no entran en las prioridades de aquellos en el poder. Los medios han sido complice silencioso en este sentido, evitando cubrir casos como el de Shafiqul Islam porque no encajan en su narrativa habitual.
Algunos podrían sugerir que esto no es sobre política, pero ignorar la evidente falta de cobertura y respuesta ante el asesinato de Shafiqul Islam es, en sí misma, una declaración política. ¿Por qué un trabajador inmigrante no merece la misma atención que alguien de un sector más poderoso y visible de la sociedad? Esta es una pregunta que muchos prefieren evitar responder.
El asesinato de Mohamed Shafiqul Islam no se quedó en silencio gracias a la comunidad que levantó su voz en protesta y exigió justicia. Sin embargo, el proceso ha sido como arrastrar una roca montaña arriba, enfrentando la resistencia en cada paso. No podemos olvidarlo. A menudo se escucha hablar de la importancia de darle voz a los sin voz, pero cuando llega el momento de actuar, el caso de Islam nos muestra que no basta con palabras vacías.
Los vecinos describen a Shafiqul Islam como un hombre pacífico, alguien que solo quería trabajar para proveer a su familia. Sin embargo, su muerte no fue suficiente como para movilizar a las élites políticas. Tal vez porque reconocer el peligro al que se enfrentó no está en su lista de prioridades, prefieren mirar hacia otro lado mientras profesan su amor por la 'justicia social'.
Podríamos llenar páginas enteras con lamentos sobre la situación actual de nuestras ciudades, donde los problemas de seguridad suelen ser tratados como un mal necesario de la vida moderna. Pero en lugar de eso, debemos enfocarnos en exigir cambios reales, avanzar hacia un sistema que no discrimine en la atención que presta, y que trate cada caso con la seriedad que merece.
En definitiva, el caso de Mohamed Shafiqul Islam destaca la necesidad de una mirada más crítica hacia cómo gestionamos la justicia en los casos que involucran a comunidades vulnerables. No es aceptable seguir avanzando como si cada incidente fuera aislado cuando la realidad es que refleja un patrón de desdén institucional. Nuestra sociedad se define por cómo tratamos a los más indefensos. Si no tenemos el coraje de afrontar los problemas de frente, no podemos esperar que mejoren.
Celebramos una misa tras misa y organizamos actos conmemorativos por las víctimas de crímenes, pero hasta que convertimos estas acciones en reformas tangibles, seguiremos viendo casos como el de Mohamed Shafiqul Islam relegados a los márgenes de nuestra conciencia colectiva. La verdadera tragedia es que otros verán su futuro reflejado en el suyo, preguntándose si también serán olvidados.